La culpa la tuvo el movimiento sísmico. Ocurrió en Costa Rica. Luis Alfonso estaba sentado delante de la computadora escribiendo una novela de terror y oyendo el programa radiofónico del mítico Carlos Herrera. De repente se movió el suelo, las paredes, la computadora. En el asiento delantero también Karen se quedó petrificada. Buscó con la mirada a Luis Alfonso. Se habían visto en varias ocasiones, pero no se hablaban. Ese día pegaron la hebra. El madrileño la invitó a tomar café en la churrería Manolo. "Qué buena está -pensaba Luis Alfonso mientras hablaban- esta hija de puta". Ella usaba tangas parranderos y pantalones descaderados. Sentada dejaba a la intemperie una flor de lis tatuada en la mitad de la espalda; el tanga parrandero y la sima de la popa. Daban ganas de hincarle el diente por todas partes. Empezaron a tratarse, a tomar confianza en el uso de la palabra. Karen estaba sola en el mundo, pero Luis Alfonso no. Comenzó a tener malos pensamientos, delictivos, asesinos. La víctima de tales ideas tenía por nombre Lola, su señora esposa de toda la vida. Planificó el homicidio, pero no con sus propias manos (odiaba la violencia), sino valiéndose de un sicario. Intentó buscarlo en Managua, dos cuadras (manzanas) abajo del monumento a Pedro Joaquín Chamorro, 50 varas más allá de la miscelánea Lorena. Preguntó a un parroquiano. "¿Lorena? -dudó el interrogado-. En la esquina vive una señora llamada Lorena. Luis Alfonso escudriñó al hombre, la nariz colorada, el hálito a bebida. "No pregunto por ninguna señora Lorena, sino por miscelánea Lorena, que me han dicho que está donde antes estaba el bar La Pasadita". "¿El bar La Pasadita? Ah, sí, hombre. ¿Ve usted aquel letrero? Allí estaba el bar La Pasadita". El letrero correspondía a la miscelánea Lorena. Luis Alfonso saludó a Edgar. "¿Por qué la dirección es dos cuadras abajo del monumento si la calle es llana?". "Los cuatro puntos cardinales de Managua son el lago (norte), el sur, arriba y abajo. Arriba porque el sol cuando sale va para arriba y abajo por lo mismo, pero al revés" -explicó Edgar. "¡¡Me cago en Dios lo que aprende uno viajando!!" -exclamó Luis Alfonso con respeto y admiración. Edgar vivía con Berta, hija de un antiguo diputado de Somoza y ex novia de José Ángel Talavera Alaniz, alias el Chacal, dirigente de la contrarrevolución nicaragüense. Edgar estaba buscado en Venezuela por asesinato y en Colombia por narcotráfico. En Nicaragua comerciaba de tarde en tarde con armas procedentes de la guerra AK 47 para bandas criminales de Centroamérica. Estaba cosido a puñaladas y balazos. Le faltaba un riñón y medio pulmón era de plástico. Berta y Edgar ocupaban (por la fuerza) una casa en Jardines de Veracruz, donde no pagaban alquiler ni agua ni luz. Tampoco la conexión a la televisión por cable. Una compañía de telefónos amenazó con demandarlos si no liquidaban el servicio telefónico. Estaban entrampados con medio mundo. Tremenda gente financió la CIA en nombre de la libertad y la democracia. ¿CIA, Reagan? Luis Alfonso renunció a jubilar a destiempo a su señora esposa. ¿Qué hacer con Karen? Resignarse a no tocarla, a no devorarla, a no sucumbir a la tentación de la carne. Siguió viéndola en la ciberkakafetería (hasta el propio ex mandatario de Costa Rica, Óscar Arias Sánchez, ha apoyado la supresión del monopolio RACSA-ICE, como ha recomendado EEUU para sacar a Costa Rica de la Edad de Piedra cibernética y el mamoneo), pero sin mirarla apenas. ¿Por qué las mujeres de hoy quieren acabar con la salud mental de los hombres? ¿Hasta cuándo soportar la provocación, la incitación a las bajas pasiones carnales?

Dime cómo vistes y te diré quién eres. La forma en que lucimos es nuestra carta de presentación ante la gente pues dice mucho sobre quiénes somos y qué hacemos. Con frecuencia la vestimenta de las adolescentes es tan atrevida que las presenta como mujeres fáciles, por decir lo menos. Parece que la moda juvenil se guía por el destape y el exhibicionismo que promueven la publicidad y los medios al presentar continuamente mujeres semidesnudas para atraer el interés del público. Así, los pantalones descaderados que apenas les cubren el pubis, el torso desnudo con los pantys seda dental a la vista, los tops de telas translúcidas y escotes atrevidos que permiten entrever sus senos, hacen que las niñas a menudo se vean vulgares y provocativas. No es de sorprender que la cultura consumista use y explote a la mujer para promover sus negocios y que aproveche la necesidad de las niñas de liberarse de los tabúes sexuales para animarlas a exhibirse. Pero sí sorprende que los padres estemos permitiendo que las niñas anden vestidas así y que les compremos este tipo de ropa. Valdría la pena preguntarnos ¿qué dicen sus vestimentas sobre ellas? ¿Será que no se están presentando como mujeres apetecibles, como objetos de placer? ¿O como presas fáciles de seducir? No se trata tan sólo de prohibir que vistan así, sino de hacerles ver que los medios y los anuncios publicitarios, al exhibir constantemente mujeres semidesnudas, muestran una imagen deformada y parcial de lo que es la mujer porque destacan tan sólo lo que tiene de placentero a los sentidos y atrae sexualmente. Es urgente evitar que los deseos de popularidad y la necesidad de gustar de las niñas haga que se expongan como mercancía sexual porque así serán tratadas. Vestidas en forma tan atrevida serán más seductoras, es decir "capaces de persuadir suavemente al mal" (Diccionario de la Real Academia Española) pero no más mujeres ni mejores personas. Como padres tenemos que defender a nuestras hijas contra la manipulación de las industrias que se lucran explotándolas, contra el acoso de quienes las usan para divertirse y contra una moda que expone su intimidad y las predispone a ser abusadas. Ayudémosles a liberarse a base de conquistar la plenitud de sus derechos y el reconocimiento de que son mucho más que un cuerpo. Con nuestro ejemplo hagámosles ver que su cuerpo no es un objeto para lograr más conquistas, sino ante todo la expresión física de sus grandes dotes naturales, de la bondad de su corazón y de su abundante belleza interior.

Fuente: Ángela Marulanda Gómez.



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RAFAEL SÁNCHEZ ARMAS

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