HISTORIA
DE LOS SERVICIOS SECRETOS
Por
Rafael Sánchez Armas
El cometido teórico de un servicio
secreto abarca la doble función de obtener, elaborar y distribuir los datos
procedentes del enemigo y proteger la información propia frente a la acción del
adversario. Los enemigos de los servicios secretos son los servicios secretos
de los países beligerantes, los servicios secretos de los países aliados y
todos los servicios secretos de la misma nacionalidad. "El espionaje no
sólo existe para descubrir los secretos del enemigo, sino incluso los secretos
de los aliados", ha dicho Alexandre de Marenches, ex director del Servicio
de Documentación Exterior y Contraespionaje de Francia". Los servicios
secretos de cualquier rincón del planeta trabajan en la divisoria entre la
legitimidad y la delincuencia. Intentan proteger la legalidad del Estado
vulnerando los derechos de los ciudadanos. Tres verbos han conjugado los
hombres desde su más remota existencia en las cavernas: comer, fornicar y
espiar. Nunca se hubiera desarrollado la especie sin cumplir dichas funciones.
La domesticación de los animales, el cultivo de la tierra o la forja de metales
basaron sus técnicas en la observación del entorno. El espionaje es una
actividad más de las tantas practicadas por los hombres en el terreno de la
política, la estrategia militar o la economía. Se convierte en delito cuando lo
deciden los gobernantes, jueces y legisladores. Ramses II, Julio Cesar o
Alejandro Magno usaron la información como arma preliminar de la guerra.
Personajes como Josué, David o Moisés aparecen en la Biblia relacionados con
frecuentes casos de espionaje. Desde la Edad Antigua, los agentes secretos han tenido
como misión averiguar la situación política, militar y económica del enemigo a
través del estudio de los tratados y convenios de cooperación internacionales,
los conflictos bélicos, las rivalidades fronterizas, los procesos de
colonialismo, los enfrentamientos dinásticos, la ruptura de la unidad del
territorio, los golpes de Estado, las guerras de guerrillas, las directrices
para la defensa militar del Estado, el número de fuerzas y su distribución, los
sistemas de armas, la operatividad de los Ejércitos, las líneas de suministros,
las revueltas sociales, étnicas y religiosas, la clase de recursos y materias
primas, el tipo de producción económica, las infraestructuras públicas, el
número de trabajadores sin empleo, la política tributaria, las relaciones
comerciales con el exterior, las reservas en oro y divisas, la deuda
financiera, etcétera.
BRITÁNICOS EN LA HISTORIA
Las sucesivas hordas mongólicas, los
conflictos feudales, la rivalidad por la hegemonía en Europa y la conquista de
nuevos mundos hicieron de los servicios secretos una herramienta imprescindible
para los monarcas y estrategas de la guerra, aunque supeditados durante mucho
tiempo a los agentes con rango de militar de campaña y a los diplomáticos. En
la segunda mitad del siglo XVI, Francis Walsingham, secretario de Estado de la
reina Isabel I y pionero del Servicio Secreto de Inglaterra, dio un giro a la
hora de reclutar a sus agentes. La
Embajada de Inglaterra en París se había convertido en una
fuente privilegiada de información sobre los grandes rivales de la reina de la
dinastía Tudor: franceses, españoles y escoceses. Pero no todos los embajadores
cumplieron su misión con fidelidad. Edward Stafford, vigilado de cerca por los
hombres del secretario de Estado, vendió a Felipe II cierta información sobre
los planes y maniobras de la flota naval inglesa. Francis Walsingham no se
quedó de brazos cruzados y redactó The Plot for Intelligence out of Spain.
Se trataba de un plan destinado a recopilar noticias de la Corte de España por medio de
agentes secretos, embajadores, viajeros y comerciantes. Flandes, Italia y
Venecia, gracias a sus vínculos territoriales con el Imperio Hispánico, se
llenaron de confidentes al servicio de Walsingham. La operación de la Armada Invencible
quedó al descubierto mucho antes de zarpar, pero el océano jugó una mala pasada
a los buques españoles en el canal de La Mancha, y el cuerpo expedicionario mandado por
Alejandro Farnesio de Parma, presto en Flandes a desembarcar en Inglaterra tan
pronto como la flota inglesa partiera al encuentro de los buques españoles, no
pudo acometer el objetivo de invadir Inglaterra por sorpresa. Dos años después,
murió Francis Walsingham, pero dejó marcada su huella entre decenas de
novelistas y poetas ingleses, convertidos en voluntarios del Servicio Secreto
por una mezcla de patriotismo y aventura, tradición mantenida fielmente por
muchos aristócratas, escritores, artistas y científicos británicos a lo largo
del tiempo. Daniel Defoe, Benjamin Franklin, Graham Green, John le Carre, Ian
Fleming y tantos otros son ejemplos de la seducción del espionaje entre los
británicos. Tras Walsingham, John Thurloe también se convirtió en un obstáculo
para los planes expansionistas de los monarcas españoles. Contratado por
Cromwell, dejó su despacho de abogado en Essex y emprendió la tarea de hacer
del Servicio Secreto de Inglaterra la más poderosa máquina de obtener
información en Europa. Thurloe es quizá el más claro ejemplo del poder de la
información. Sucesivamente se hizo cargo de la Dirección de Correos, de
la Secretaría
de Estado, del Ministerio del Gobernación, de la policía, del Ministerio de
Asuntos Exteriores, del Servicio Secreto y del Ministerio de la Guerra. Jesuitas
y hebreos coparon un buen número como agentes de Thurloe. El soborno y la
inducción a la deserción constituyeron sus mejores armas para obtener
información. En el siglo XIX, los servicios secretos europeos trabajaron
incansablemente para neutralizar la influencia marxista, el nacionalismo y los
continuos brotes revolucionarios. Wilhelm Stieber, agente a las órdenes de Federico
Guillermo IV de Prusia, también organizó la policía secreta rusa, un
instrumento de terror para defender los intereses del zar y su corte. Miles de
rusos, polacos y ucranianos se instalaron en Gran Bretaña huyendo de los
métodos de la Oknrana
zarista. Londres se convirtió en un hervidero de refugiados y agentes secretos
rusos. En 1897, uno de aquellos hombres, Sidney Reilly, nacido parece ser en
Odessa, ingresó en el Servicio Secreto Británico. No sólo destacó como agente
secreto sino como mercenario, viajero y empleado de mil oficios. Mujeriego y
brillante como el capitán de la marina Mansfiel Cumming (una leyenda en la
historia del Secret Intelligence Service), nunca gozó de la confianza plena del
jefe del MI-6, como también es conocido el SIS. Gustaba de no dejar testigos de
sus acciones. En San Petersburgo, la despechada esposa estuvo a punto de dar al
traste con su porvenir como agente secreto. Reilly trabajó denodadamente contra
la Revolución
Bolchevique hasta su extraña desaparición, no se sabe si
fusilado por los rusos; convertido voluntariamente en comunista o captado por
los bolcheviques tras haber sido descubierto como inductor de sabotaje y
terrorismo. El origen de la infiltración y posterior expansión de la red de
agentes rusos en el MI-6, muchos historiadores la relacionan con la
desaparición de Reilly, máxime tras las supuestas declaraciones de un desertor
ruso, el general Walter Krivitsky, antes de morir en un hotel de Londres con un
disparo en la nuca. El falso suicidio quedó hecho añicos mucho después, cuando
se hizo público el escándalo sobre el "círculo de Cambridge". A
principios del siglo XX, el servicio secreto del "canciller de
hierro" Otto Eduardo Leopoldo Bismarck-Schoenhausen se convirtió en una
amenaza para la seguridad del Reino Unido gracias a la oleada de agentes
enviados a Londres. Cuando el Gobierno y el Parlamento descubrieron el riesgo
de no controlar a tiempo la copiosa recopilación de datos hecha sobre fábricas,
barcos y comunicaciones por los agentes de Bismarck, el estadillo de la I Guerra Mundial estaba a
la vuelta de la esquina. El MI-5 nació como órgano militar de
contrainteligencia del Imperio Británico y el capitán Vernon Kell recibió la
orden de dirigirlo con mano dura. Durante su jefatura, el MI-5 no rehusó la contratación
de rufianes, prostitutas y delincuentes. Consiguió la modificación de la Ley de Secretos Oficiales y un
generoso presupuesto. En los albores de la II Guerra Mundial, el MI-5 contaba con varios
miles de agentes y colaboradores. Entre las personas vigiladas por los hombres
de Kell estaban los dirigentes de las organizaciones de voluntarios
internacionales en la guerra civil española. Cuando las tropas de Hitler
invadieron Checoslovaquia, acción no condenada por la Europa libre y democrática,
el MI-5 detuvo a seis mil ex combatientes antifranquistas residentes en Gran
Bretaña por miedo al rebrote solidario. Pero más tarde, cuando Europa estaba
bajo el riesgo de caer bajo la dominación del III Reich, muchos de aquellos
detenidos engrosaron las filas del SOE. El coronel Steward Menzies, recién
nombrado jefe del SIS, se hizo cargo de organizar el SOE (Special Operations
Executive) con el objetivo de provocar sabotajes, revueltas y asesinatos en la Europa ocupada por las
tropas alemanas. "¡Pegad fuego a Europa!", exclamó Winston Churchill
ante el ministro de Guerra británico. El SOE tuvo tres directores desde 1940
hasta 1945: Frank Nelson, Charles Hambro y Colin McVean Gubbins. El SOE
colaboró activamente con la
Office of Strategic Service de EEUU y menos con la Deuxieme Bureau
(precursor de la
Direction Générale des Services Spéciaux) por la actitud
recelosa e independiente del general De Gaulle, exiliado en Londres. Tanto el
cuartel general como diversos centros de selección y formación se hallaban en
Baker Street, inmortalizada por las novelas de Sherlock Holmes. El SOE llegó a
reclutar miles de comandos para luego ser enviados en aviones clandestinos
hasta la costa francesa y después proseguir por sus propios medios o con la
ayuda de la Resistencia
hasta la zona de Francia ocupada, Italia, Holanda, Bélgica, Dinamarca,
Yugoslavia. Los hombres del SOE estaban familiarizados con toda clase de
técnicas y tácticas de guerrilla: tiro de combate, manejo de explosivos,
criptografía, transmisiones por radio, falsificación de documentos,
paracaidismo, supervivencia. Las operaciones del SOE en combinación con la OSS (precursora de la CIA) contribuyeron
decididamente a la derrota del III Reich. Gertrude Marguerite Zelle-Mcleod, más
conocida como "Mata Hari", ha sido el agente secreto más novelesco de
cuantos han popularizado el cine y la literatura. Pero nadie ha provocado tanta
controversia como Kim Philby, una leyenda en el misterioso mundo del espionaje.
Unos lo han considerado un soldado al servicio del comunismo y otros lo
acusaron de traición a la patria. Reunía todas las condiciones para moverse en
la sombra: metódico, tenaz, conspirador, astuto, curioso, sociable, observador.
Nació el primer día de 1912, en la región india de Punjab, donde el padre
trabajaba como funcionario del Servicio Civil Indio. Llegó a Londres a la edad
de siete años e ingresó en Westminster como becario del rey. En 1929 se
trasladó a Cambridge para estudiar en el colegio de Trinity, donde ya
despuntaban los alumnos Burgues y Blunt. En 1931, Macleand cerraría el cuarteto
más tarde conocido como el "círculo de Cambridge". Siendo miembro de la Sociedad Socialista
de la Universidad
de Cambridge, conoció a Maurice Dobb, alma mater de la célula del Partido
Comunista de Gran Bretaña. La situación en Europa no podía ser más alarmante:
hambre, disturbios, xenofobia, represión, atentados, censura de prensa. La
inflación modificaba cada minuto la paridad de las monedas europeas. Para
algunos, sólo había dos alternativas: religión o comunismo. En 1932, Burgues,
Blunt (primo hermano de la futura reina Isabel II) y Macleand tomaron partido
por la lucha de clases; Kim Philby no. Un año después, a raíz de un viaje por
Hungría, Francia y Alemania, se entrevistó con Maurice Dobb, quien lo recomendó
ante la Comisión
Mundial de Ayuda a las Víctimas del Fascismo Alemán. Tras una
breve estancia en París, la organización lo envió a Viena, donde colaboró con
Alice en la huida de muchos judíos perseguidos por la Ley Marcial y por la Gestapo. El 24 de
febrero de 1934, Alice y Kim Philby contrajeron matrimonio para evitar el
arresto de la joven. Emprendieron viaje a Londres, donde un emisario de Stalin,
informado del coraje y la lealtad de Philby en Austria, lo captó para los
servicios secretos soviéticos. Su misión consistía en infiltrarse en el Secret
Intelligence Service, cuya colaboración con la CIA le iba a permitir conocer los planes
económicos, militares y diplomáticos de EEUU. Comenzó a fraguarse una
personalidad derechista como redactor de Rewiew of Reviews. Su espectacular
viraje no sorprendió a Burguer, con quien coincidió en la Asociación Anglo-Alemana,
cobijo de antisemitas, magnates de los negocios y aristócratas simpatizantes de
Hitler. La
Asociación Anglo-Alemana, un auténtico valladar contra el
comunismo, mantenía hilo directo con el Ministerio de Propaganda del III Reich.
En 1936, bajo la cobertura de corresponsal de The Time, partió hacia
España, donde cubrió la guerra desde el bando franquista. Cada semana enviaba
puntualmente su cándido artículo. En realidad, su misión consistía en recabar
información de primera mano para después transmitirla al SIS. Engañó al
mismísimo Franco, quien le otorgó la Cruz Roja al mérito militar. Mientras Alice había
buscado consuelo en los brazos de un alemán refugiado en Londres, Kim no
desaprovechó sus dotes para cortejar a Lindsay-Hogg, actriz canadiense
enamorada del sol, los toros y la comida mediterránea. La Guardia Civil estuvo
en un tris de acabar prematuramente con la trayectoria de Philby como agente
secreto. Milagrosamente, los miembros de la Benemérita no
descubrieron la libreta donde tenía anotado el código del Servicio de
Inteligencia ruso, a quien también informaba sobre la guerra civil española. En
1939, "cautivo y desarmado el Ejército rojo", regresó a Londres y
entabló amistad con Aileen, una rubia muy risueña y cariñosa. Francia, Gran
Bretaña y EEUU dominaban el mundo. Alemania y la URSS pretendían lo mismo.
Estalló la II Guerra
Mundial, y por fin Kim Philby ingresó en el Servicio de Inteligencia Secreto
como instructor de la Escuela
de Adiestramiento de Beaulie, cuyos alumnos iban destinados a la sección D del
SIS, encargada de fomentar la resistencia contra los alemanes mediante actos de
sabotaje y subversión, cometido poco después compartido con los comandos del
SOE. Más tarde, aprovechando su puesto como decifrador de los códigos del
enemigo, prestó un servicio incalculable a la URSS. En aquella época,
los enviados de Hitler y Churchill negociaban en secreto la firma de un
armisticio a espaldas de los soviéticos, y nadie en Occidente iba a levantar la
voz contra la posterior invasión del territorio ruso por las tropas alemanas.
Kim Philby alertó al NKVD (predecesor del KGB) y la URSS consiguió variar el
curso de la guerra. Finalizada la contienda, fue nombrado jefe del Departamento
9, encargado de la contrainteligencia soviética. Teóricamente, debía combatir
las operaciones del KGB en suelo británico, pero en realidad actuaba como un
apéndice del mismo. Los agentes de Kim Philby en Moscú captaban a los disidentes
soviéticos y después "el maestro de espías" los delataba. Se ignora
el número de soviéticos fusilados como resultado de la sucesiva desmantelación
de redes clandestinas antisoviéticas. En 1949, tras un período de dos años al
frente del SIS en Turquía, bajo la tapadera de funcionario del consulado
británico en Beirut, lo destinaron a Washington como oficial de enlace entre la CIA y el SIS. Excepto Blunt,
en la capital de EEUU se dieron cita todos los miembros del "círculo de
Cambridge". El FBI no daba abasto: Burguer continuaba siendo un personaje
estrambótico y Macleand permanecía bajo sospecha desde la fuga de cierta
información sobre tecnología nuclear y el proyecto de creación de la OTAN. La precipitada
huida de Burguer y Macleand a Moscú puso en un brete la seguridad de Kim
Philby. Peter Wrigt, más tarde director adjunto del MI-5, señaló a Philby como
el tercer hombre de Moscú. En Lecoufiel, sede del Servicio de Contraespionaje
británico, ni lo acusaron ni lo absolvieron, pero durante varios años permaneció
suspendido de empleo y sueldo. En 1955, el SIS lo rehabilitó aparentemente,
quizá con la intención de convertirlo en agente doble. Lo mandaron a Beirut
como corresponsal en Oriente Medio de los diarios The Observer y The
Economist. Contrajo matrimonio por tercera ocasión. La boda provocó un
revuelo entre los periodistas extranjeros acreditados en Líbano porque Eleanor
era la cónyuge del corresponsal de The New York Times. Durante varios
años dedicaron la mayor parte del tiempo a recorrer la zona. Pero Kim Philby ya
no gozaba de la confianza de sus jefes y sin duda no iba a lograr el viejo
sueño del KGB: ascender a la jefatura del SIS. Tanto la CIA como el MI-5 continuaban
acechando sus pasos, y en 1963, temeroso de ser detenido, embarcó en un
carguero soviético rumbo a Odessa. En Moscú cayó prendado de las buenas maneras
de Melinda, la insatisfecha mujer de Macleand, y años más tarde, ya en la
pendiente de la vida, conoció a Rufina Pujova, con quien terminó casándose. El
11 de mayo de 1988 emprendió el último viaje. Los funerales tuvieron lugar
frente al cuartel general del KGB. Miles de ciudadanos le rindieron homenaje a
los acordes de la Marcha
fúnebre de Chopin. Muerto Kim Philby y descubierto Blunt como el cuarto
hombre, Peter Wriht, "el cazador de espías", apuntó a Roger Hollis,
ex director del MI-5, como el quinto topo del KGB. Si hubo un sexto hombre o
no, Kim Philby se llevó el secreto a la tumba.
NACIMIENTO Y DESPEDIDA DEL KBG
El origen del Comité de Seguridad del
Estado (KGB) se remonta a principios de siglo. Tras la victoria de la Revolución Bolchevique,
Feliks Dzerhinsky fundó la Chezvytchaiais Kommisia, más conocida como Cheka,
para combatir la contrarrevolución, los sabotajes y la especulación. Amparado
en el escudo del Partido Comunista, llegó a decir: "Estamos obligados a
conquistar al enemigo, aunque nuestra espada caiga accidentalmente sobre la
cabeza de los inocentes". La espada y el escudo, símbolos del KGB,
reinaron setenta y cinco años en la URSS. Hasta la muerte de Stalin, los servicios
secretos de la URSS
funcionaron con distintos nombres: Cheka, GPU, OGPU, NKVD, NKGB, MGB. En 1953,
Lavrenti Beria, un avezado en purgas y deportaciones, fusionó el MGB
(Ministerio de Seguridad del Estado) y el MVD (Ministerio de Asuntos
Interiores) y tomó el mando del emergente Komitei Gosudarstvennoi Bezopasnosti
(KGB). Pero casi no tuvo tiempo de calentar el sillón de director en el cuartel
general de Lubyanka. La conspiración de Molotov, Krushev y Malenkov dio con sus
huesos ante un paredón de fusilamiento siguiendo la estela de los antiguos
directores de los servicios secretos Genrikh Yagoda y Mikhail Yezhov, acusados
de traición y prácticas sanguinarias. El nuevo director del Comité de Seguridad
del Estado, Ivan Serov, tampoco duró mucho tiempo en el cargo. Las intrigas y
rivalidades entre el KGB y el GRU (Servicio de Información del Estado Mayor
General del Ministerio de Defensa) provocaron su marginación y posterior
suicidio. Aleksandr Shelepin, Petr Ivashntin y Vladimir Semichastny ocuparon
sucesivamente la dirección del KGB hasta el nombramiento de Yuri Andropov. Su
impronta marcó durante quince años el devenir del KGB. El Quinto Directorio
Principal nació en el ecuador de su mandato con el objetivo de sofocar la
disidencia; el nacionalismo en Ucrania, en las repúblicas caucasianas y en
Lituania; la emigración de judíos hacia Occidente y el brote religioso. Los
enemigos del régimen corrían el peligro de sufrir la cárcel, el destierro a
Siberia o el fusilamiento. Los más afortunados terminaron recluidos en alguno
de los trescientos y tantos hospitales psiquiátricos dependientes del KGB. En
Moscú, el Instituto Serbsky lo dirigía el coronel Daniif Lunntr. Su nombre
aparecía en el cuadro médico destinado a suministra drogas a los
"enfermos". A mediados de 1972, el científico Andrei Sakharov
escribió al comité central del PCUS: "El empleo de la psiquiatría con
fines políticos es extraordinariamente peligroso por sus consecuencias en la
sociedad, y completamente intolerable". Acabó siendo uno de los apestados
del régimen. Históricamente, el personal de inteligencia del KGB ha sido
reclutado entre las filas del Partido Comunista; del Instituto Estatal de
Relaciones Exteriores; del Instituto de Idiomas Extranjeros y de la Universidad
"Patricio Lumumba", donde cursaban estudios miles de alumnos
procedentes de los países del COMECOM. El móvil del reclutamiento no se
diferenciaba del resto de los servicios secretos: patriotismo, compromiso
ideológico y sueldos elevados, amen de buenos destinos en el extranjero, viviendas
confortables y veranear a cuerpo de rey. Los agentes operativos en el exterior
de la URSS se
dividían en legales (diplomáticos, corresponsales de prensa y delegados del
Gobierno y organismos públicos) e ilegales bajo identidad falsa. A veces, los agentes
ilegales tardaron varios años en borrar su rastro trasladándose sucesivamente
de un país a otro hasta desembocar en los Estados Unidos, donde algunos
desempeñaron un papel importantísimo en el campo del espionaje o tejiendo
nuevas redes de colaboradores. La penetración del KGB ha sido detectada en los
niveles más estratégicos de la defensa, la industria y la sociedad
norteamericanas. El FBI no ha dado abasto descubriendo agentes clandestinos
soviéticos. La ONU
y sus múltiples agencias han sido el segundo objetivo del KGB. En 1948, el
subsecretario de la
Organización Mundial de la Salud pertenecía al KGB, y a mediados de los años
sesenta, Viktor Lessiovsky, agente de inteligencia, consiguió ser nombrado
secretario particular del mismísimo secretario general de la ONU. Tiempo después,
Yeugeuni Pitovranov, vicepresidente de la Cámara Soviética
de Comercio, muy conocido en las convenciones, ferias y certámenes
internacionales, fue descubierto como antiguo director de la Escuela de Inteligencia
del KGB. Todos los corresponsales de TASS, Novosti, Pravda, Izvestia,
Tiempos Nuevos, New Times o Asia and Africa trabajaban
para el KGB, así como algunos directivos o delegados de Intourist o Aeroflot.
Según las estimaciones de Luis M. González-Mata Lledó, ex agente español del
Servicio Central de Documentación de la Presidencia del Gobierno (SECED), el presupuesto
manejado por el KGB en la década de los años setenta se aproximaba a dos mil
millones de rublos, casi medio billón de pesetas, con los cuales pagaban los gastos
tanto del cuartel general de Lubyanka como de la nueva sede del Primer
Directorio Principal (Servicio de Inteligencia Exterior), situada a quince
kilómetros de Moscú. Más de medio millón de directivos, oficiales, analistas,
colaboradores, administrativos, secretarias y técnicos. El acopio de
información tecnológica lo realizaban el KGB y el GRU bajo las directrices del
VPK o Comisión Militar Industrial, organismo dependiente del Consejo de
Ministros para el desarrollo y coordinación de la industria soviética. Para
hacer frente a la poderosa maquinaria del espionaje de la URSS, en 1949, la OTAN y Japón crearon el COCOM
(Comité Multilateral de Control de la Exportaciones). Hoy, desmantelado el Pacto de
Varsovia, Estados Unidos ha levantado el embargo a Polonia, Hungría, Chequia y
Eslovaquia, nuevos socios de la
OTAN. La omnipresencia del KGB ha sido absoluta. Durante
décadas mantuvo a raya a los considerados desviacionistas del PCUS; en 1964
provocó la caída de Nikita Krushev y en 1982 aupó a la presidencia del Consejo
de Ministros a Yuri Andropov. Sin embargo, en 1991, Vladimir Kriuchkov,
penúltimo director del KGB, fracasó estrepitosamente en el golpe de Estado
contra Mijail Gorbachov. Ese día, el KGB cavó su tumba, pues en las
postrimerías de 1991, Vadim Bakatin, sustituto de Vladimir Kriuchkov, disolvió
el tenebroso KGB dando paso a dos nuevos organismos: el Servicio Central de
Inteligencia, dirigido a obtener, procesar y distribuir la información
exterior, y el Servicio Interrepublicano de Seguridad, organismo de
contraespionaje. Yeugueni Primakov y el propio Vadim Bakatin cogieron las
riendas del nuevo servicio secreto. Pero la desintegración de la URSS había iniciado la cuenta
atrás. Hoy, la Agencia
Federal de Seguridad ha tomado el relevo de la vieja
organización y los vigilantes del edificio de Lubyanka, antiguo centro
penitenciario de Moscú (convertido durante décadas en el cuartel general del
KGB), ya no visten el tradicional uniforme del Cuerpo de Tropas de Fronteras
del Comité de Seguridad del Estado, sino los remozados atuendos zaristas.
Después de sustituir a Viktor Ivanenko en la Agencia Federal de
Seguridad, Nikolai Kovaliov es el nuevo dueño de los servicios secretos rusos.
La desaparición del KGB ha originado una desbandada de agentes y colaboradores.
Los más avispados encontraron refugio en las organizaciones mafiosas y en los
servicios secretos occidentales. No hace mucho tiempo, Elena Semionova, ex
traductora de castellano en el KGB, brindó su cuerpo desnudo a los lectores de Interviu
por cincuenta mil pesetas, algo más de trescientos dólares USA.
LA TENEBROSA CIA
No es el servicio secreto más eficiente,
pero sí el más poderoso. En 1995 manejó un presupuesto cercano a los 30.000
millones de dólares. Concluida la
II Guerra Mundial, el presidente Truman dio luz verde al
general Donovan para transformar la
OSS (Overseas Security Service) en la Central of Intelligence
Agency. Desde entonces "la compañía" ha tenido como misión asesorar
al presidente del Gobierno en política militar y diplomática a través del
Consejo Nacional de Seguridad; también prevenir las amenazas y adoptar las
medidas en el control de las instalaciones estratégicas de los Estados Unidos
de América. Espionaje y contrainteligencia exterior; seguridad ofensiva y
seguridad defensiva. Dos caras de la misma moneda: conocer todo del enemigo y
neutralizar al mismo tiempo su capacidad de información. El cuartel general de la CIA se halla en Langley, a
menos de veinte kilómetros del epicentro de poder más absoluto de la tierra:
Casa Blanca, Capitolio y Pentágono. Cuenta con bases en todo el mundo. En
Embajadas norteamericanas, en centros militares de países aliados, en oficinas
comerciales como tapaderas. En Europa, Radio Liberty constituyó durante
"la guerra fría" el mayor bombardero de intoxicación y propaganda
destinado a los ciudadanos del Pacto de Varsovia. A través de su historia, la CIA ha provocado la ira hasta
de los propios norteamericanos. Su diabólico carácter intervencionista en el
Tercer Mundo valiéndose de sabotajes, subversión de gobiernos democráticos y
asesinatos de dirigentes políticos ha desencadenado masivas campañas de repulsa
contra sus acciones encubiertas. En 1973, Nixon nombró director de la CIA a James Schlesinger con la
misión de poner orden en "la compañía". El nuevo DCI despidió a más
de mil funcionarios y cambió la doctrina del espionaje norteamericano. El
"caso Watergate" dio al traste con su labor renovadora y hubo de
presentar la dimisión. Pero aún tuvo tiempo de sonrojarse con el golpe de Estado
del general Pinochet. Desde 1970, Richard Helms, antecesor de James Schlesinger
como DCI, andaba conspirando contra el gobierno socialista de Salvador Allende.
Entre bambalinas contaba con el soporte de grandes empresas norteamericanas:
Pepsi Cola, International Telephone and Telegraph, Anaconda, Esso Standard,
Chase Manhattan Bank, Ford Motor, Bank of America… Después del golpe de Estado
en Chile, Richard Helms ocupó una plaza como directivo en el Banco Mundial.
Nicaragua, República Dominicana, Cuba, Guatemala, Granada, Panamá… Desde Río
Grande hasta la Patagonia,
América Latina ha sido tradicionalmente el patio trasero de los intereses
financieros de Wall Street. La revolución castrista puso a Cuba en el punto de
mira de la CIA. El
Departamento de Defensa USA no se conformó con suprimir la cuota de importación
de azúcar cubana ni con impedir la venta de petróleo norteamericano ni con
establecer un severo bloqueo económico contra la isla. También la CIA ha sido acusada de
propagar plagas de moho entre los cultivos de tabaco; epidemias de fiebre
porcina en la ganadería y enfermedades oculares a los habitantes de Cuba. La
frecuencia e intensidad de dichas calamidades no han pasado desapercibidas para
algunos congresistas norteamericanos, quienes, en 1969, provocaron una
discusión sobre los planes de la Agencia Central de Inteligencia por usar
masivamente armas biológicas contra el pueblo y la agricultura de Cuba. En
1960, Allen Dulles, DCI de "la compañía", comunicó a Kennedy el
objetivo de la "operación Bahía Cochinos". El joven presidente de
EEUU no podía comenzar de forma más prometedora su mandato: capturar con vida o
con los pies por delante al quisquilloso barbudo Fidel Castro Ruz. Dio el visto
bueno. Aviones camuflados y soldados de fortuna reclutados en Miami pusieron
rumbo hacia el estrecho de Florida. La urgente intervención del Consejo de
Seguridad de la ONU
y la heroica resistencia de los milicianos cubanos truncaron el desembarco de
los mercenarios. La capacidad de la
CIA para evaluar, analizar e interpretar la información quedó
en ridículo. No sería el último fiasco en aquella época. La divulgación de los
informes del comité Church y la comisión Rockefeller sacaron de quicio a la Casa Blanca sobre los
tejemanejes de la CIA. La
década de los años sesenta quedó marcada por la sonora deserción de varios
oficiales de la CIA.
Philip Agee no se limitó a dar un portazo sin más; también
contribuyó a desvelar los intríngulis del Departamento de Operaciones, el más
comprometido en las acciones de sabotaje, asesinatos y guerra psicológica
(difamación, chantaje). No es casual la trascendencia del Departamento de
Operaciones en el organigrama de la
CIA: Dulles, Helms o Colby, antes de asumir el puesto de DCI,
dirigieron dicho departamento. Las revelaciones de Philip Agee hicieron temblar
los cimientos de Langley. Durante veinte años, el autor de La compañía por
dentro perdió la nacionalidad norteamericana y ningún país de la OTAN toleró su presencia más
allá de cuarenta y ocho horas. En Nicaragua, instruyó a los sandinistas en el modus
operandi de los agentes de operaciones especiales de la CIA a la hora de sabotear los
transportes públicos y la producción en las fábricas. Ha sido uno de los
fundadores del Boletín Informativo de Operaciones Encubiertas, un dolor
de muelas para los oficiales duros del espionaje norteamericano. La CIA no es el único servicio de
inteligencia y contraespionaje de EEUU. Otras agencias con similares objetivos
son la DIA, el
FBI y la DEA. Pero
teóricamente, la CIA
no puede actuar en territorio USA. Cuando el Servicio de Contrainteligencia,
adscrito al Departamento de Operaciones, detecta una amenaza exterior
(terrorismo, espionaje tecnológico, etcétera), la CIA deja en manos del FBI la
adopción de las medidas pertinentes. Sin embargo, las relaciones entre ambas
agencias no siempre han discurrido en medio de una balsa de aceite por la
predisposición de la CIA
a meter el hocico en el devenir cotidiano de políticos, artistas o
intelectuales norteamericanos "ligeros de cascos" (Martin Luther
King, Lillian Helman, Marlon Brando, Charles Chaplin, Bertolt Brecht). La CIA tiene prohibido intervenir
en EEUU, pero una de las secciones de la División de Áreas es la conocida Domestic
Operations. En 1987, Reagan, coincidiendo con el escándalo "Irangate"
(el dinero procedente de la venta ilegal de armas al régimen de Jomeini sirvió
para financiar la guerrilla contrarrevolucionaria de Nicaragua) y aprovechando
la muerte de William Cassey, quiso atemperar la rivalidad entre la CIA y el FBI nombrando a
William Webster, hasta entonces director del FBI, como nuevo DCI. Las fuentes
de reclutamiento del personal de la
CIA son las tradicionales en cualquier servicio secreto del
mundo: militares, universitarios, periodistas, abogados, prostitutas de alto
copete, mafiosos, dirigentes de ONG, policías, maleantes, turistas. Entre los
oficiales de la CIA
prima el ideario de la patria y las excelentes perspectivas salariales; también
la vanidad, el deseo de aventura, la esquizofrenia. Los responsables del
espionaje con cobertura del Gobierno son diplomáticos, corresponsales de prensa
y delegados oficiales. Gozan de inmunidad frente a las autoridades de los
países destinatarios. Los candidatos son investigados concienzudamente:
patrimonio, desavenencias conyugales, ambiciones, hábitos, inclinaciones
sexuales, creencias religiosas, pasatiempos, amistades. Ningún rincón del alma
queda a merced del azar. Una funcionaria enloquecida de amor o un sindicalista
despechado son carne de cañón para el chantaje o la venganza y se entregarán en
cuerpo y alma a quienes colmen sus deseos e intereses. Para la CIA, todas las personas tienen
su talón de Aquiles, y por lo tanto un precio. De ahí las rigurosas medidas de
selección y formación de sus oficiales. Los colaboradores de la CIA (soplones de los agentes
oficiales de la CIA)
no pasan por tan rigurosos controles, pero en caso de traición pueden terminar
con la cabeza fuera de sitio o con las tripas a la intemperie. En la Escuela de Contrainsurgencia de Fort Gulick
(trasladada en 1984 desde Panamá hasta Fot Benning, en Georgia), los militares
latinoamericanos o "tigres" completaban su formación en evasión y
supervivencia; en técnicas de interrogatorio a comunistas y revolucionarios
clavándoles astillas de madera en las uñas o inyectándoles burbujas de aire en
las venas y en asesinatos expeditivos sin dejar huella. Muchos
"tigres" ingresaron en la
CIA, como el general panameño Manuel Antonio Noriega Morena,
hoy recluido en una prisión de alta seguridad norteamericana por tráfico de
drogas. Las técnicas de tortura empleadas en Vietnam, como las denunciadas a
raíz de la "operación Phoenix", salieron de la Escuela de
Contrainsurgencia de Fort Gulick, según reconoció William Colby, ex director de
la CIA. El
mafioso Sam Giancana culpó a la
CIA de planificar el asesinato de Marilyn Monroe con un
supositorio de Nembutal, más efectivo porque no dejaba rastro en el estómago ni
en el riñón. Lionel Grandison, entonces juez del condado de Beverly Hills,
también ha reconocido la existencia de presiones oficiales para falsear el
certificado de muerte por "suicidio". Los detectives privados Fred
Otash y John Danoff, contratados por Jimmy Hoffa, mafioso y jefe del Sindicato
de Camioneros, confesaron en su momento haber colocado micrófonos en el
apartamento de Marilyn Monroe para espiar a Robert Kennedy. Las comprometidas
confidencias hechas a la actriz por el hermano del presidente norteamericano
precipitaron los acontecimientos. "La rubia de América" murió para
evitar su posible testimonio a la prensa. Tradicionalmente, el Vaticano ha dado
cobertura a los asuntos de la
CIA. Lo denunció en su día Philip Agee y lo ha reiterado el
periodista Carl Bernstein, quien ha acusado a Juan Pablo II de colaborar con
"la compañía" para hundir el régimen político existente en Polonia en
los años ochenta, y en definitiva, desestabilizar la estructura del Pacto de
Varsovia en favor de la
OTAN. Los escándalos son un terreno abonado en la CIA. No cesan. En 1995, el
Comité de Inteligencia del Senado provocó la dimisión de James Woolsey como DCI
por la incompetencia de "la compañía" al no detectar a tiempo al
agente doble Aldrich Ames, jefe de la División Soviética
Oriental de la CIA. Dos
años más tarde, John Deutch, sustituto de James Woolsey, también dimitió como
resultado de la detención por agentes del FBI de Harold Nicholson, jefe de la Unidad Especial
Antirerrorista de la CIA
e instructor de las últimas promociones de agentes de "la compañía":
trabajaba para los servicios secretos rusos. Después de la caída del Muro de
Berlín, la CIA ha
reorientado sus objetivos. En 1991, George Bush, afirmó: "Debemos tener
una agencia de espionaje para impedir el robo de nuestra tecnología o el
rechazo de nuestras reglas económicas en el mundo". En realidad se trataba
de un mensaje cargado de solidaridad planetaria: blanco para mí y negro para
ti. Varios agentes de la CIA
han sido expulsados recientemente de Francia y Alemania por realizar espionaje
económico y tecnológico.
QUÉ FUTURO TIENE EL CESID
Poco antes de matarlo ETA, el almirante
Luis Carrero Blanco dio luz verde a la creación del Servicio Central de
Documentación (SECED), dependiente de la Presidencia del Gobierno, con el fin de obtener
información sobre las ambiciones democráticas de los universitarios,
trabajadores y políticos españoles y la guerra contra ETA. El teniente coronel
de Artillería José Ignacio San Martín López (uno de los artífices del fallido
golpe de Estado en 1981) se convirtió en su primer director, pero cayó en
desgracia tras la explosiva desaparición del presidente de Gobierno Luis
Carrero Blanco. Lo sustituyó el comandante de Infantería Juan Valverde Díaz.
Durante su mandato, Franco concitó una oleada de protesta por la ejecución de
tres guerrilleros de ETA y dos militantes del FRAP. Esta circunstancia y las
actividades clandestinas de la
Unión Militar Democrática, un movimiento disidente en las
filas del Ejército, no dejaron indemne al SECED, a pesar del éxito de Mikel
Lejarza Eguia, alias "Lobo", culpable del mayor desbarajuste
ocasionado a ETA hasta ese momento gracias a su trabajo como infiltrado en la
organización guerrillera vasca. Años más tarde, el hombre más protegido por los
servicios secretos españoles fue recomendado por el locutor Antonio Herrero
Lima para trabajar en el diario La Vanguardia, donde provocó un escándalo por
la supuesta organización de una red de espionaje a empresarios, políticos y
jueces catalanes. En 1976, Adolfo Suárez González asumió la presidencia del
Gobierno y el comandante de Infantería Andrés Casinello Pérez, más tarde famoso
por haber escrito una carta en el diario ABC no apta para
"deshuevados", como tachó a no pocos jueces y periodistas con motivo
de la guerra sucia contra ETA, se hizo con la dirección del Servicio Central de
Documentación. Duró hasta la reforma política, cuando el SECED dejó paso al
CESID. Casinello Pérez terminó la carrera militar como comandante general de
Ceuta. José María Bourgón López-Doriga, general de Artillería, estrenó la
dirección del CESID en 1977 bajo las órdenes del teniente coronel Manuel
Gutiérrez Mellado, vicepresidente del Gobierno y ministro de la Defensa. Duró hasta
1979. El nuevo ministro de la
Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún, lo designó comandante
general de Melilla. El general Gerardo Mariñas Romero se convirtió en el
segundo director del CESID. Pero el antiguo director del SECED, José Ignacio
San Martín López, y el jefe de la Agrupación Operativa
de Misiones Especiales del CESID estuvieron a punto de proporcionarle un
disgusto irreparable con motivo de la intentona del golpe de Estado iniciado
por el teniente coronel de la
Guardia Civil Antonio Tejero Molina. Tuvo suerte y el
ministro de la Defensa
lo nombró comandante general de Ceuta. Provisionalmente, se hizo cargo de la
dirección del CESID el coronel de Infantería de Marina Narciso Carreras Matas.
El fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 trajo consigo la dimisión
de Adolfo Suárez González. El nuevo presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo
Sotelo, designó al general Emilio Alonso Manglano como director del CESID. Bajo
su mandato, "la casa" cambió de casa. Hoy, la sede del CESID está en
la cuesta de Las Perdices, en el kilómetro 8,600 de la carretera de Madrid a La Coruña. Saber
para vencer, reza como lema en el escudo del CESID, pero el coronel Juan
Alberto Perote Pellón y un rosario de escándalos propiciaron el cese de Alonso
Manglano y las dimisiones del vicepresidente del Gobierno Narcís Serra Serra y
del ministro de Defensa Julián García Vargas. Desde entonces, el CESID ha
tenido dos directores, Félix Miranda Robledo, ex comandante general de Ceuta, y
Javier Calderón Fernández. Teóricamente, el segundo había depurado el CESID,
pero las escuchas ilegales en la sede de Herri Batasuna han puesto de nuevo al
Centro Superior de Información de la
Defensa en el disparadero. Se ignora si en el futuro
continuará con idéntica denominación y estructura. Los tribunales de justicia
tendrán la última palabra.
Nota.- Este documento ha sido reproducido por Latino
Seguridad de México
HISTORIA SECRETA DE LA CIA
La CIA se fundó con
la "mejor" intención de combatir el imperio soviético durante la Guerra Fría. Sin
embargo la auténtica CIA sufrió desde sus comienzos las funestas consecuencias
de una serie de oportunidades desaprovechadas, rivalidades internas y errores
de gestión, cuya sed de poder e influencia ha puesto en peligro la seguridad
nacional y del mundo, provocó errores increíbles que fortalecieron el régimen
soviético y condujo al absurdo sacrificio de miles de agentes patrióticos.
SERVICIOS SECRETOS NORTEAMERICANOS
El estafador y sus
instrumentos de trabajo (elocuencia, hipérbole, engaño) se han manifestado en
casi todas las épocas y culturas. La II Guerra Mundial y la "guerra fría"
brindaron nuevas oportunidades al estafador de los servicios de inteligencia,
así como a sus detractores. Los líderes más conocidos del servicio de
inteligencia norteamericano antes fueron vendedores y hallaron clientes en una
tierra donde la venta es aceptada como un componente más de la economía de
mercado. El nacionalismo ha sido una herramienta muy peligrosa en manos del
estafador del servicio de inteligencia; por ejemplo, el micronacionalismo
surgido después de la "guerra fría". Desestabilización de los
Balcanes y otras regiones del mundo. El estafador prospera en el mundo de las
medias verdades de las que se nutre el patrioterismo. Después de la
"guerra fría" el patrioterismo resultó ser un refugio de bribones. El
servicio de inteligencia norteamericano se enfrentó a la ONU y criticaron los refuerzos
del espionaje francés, chino y japonés. La tradición del estafador del servicio
de inteligencia no sólo guarda paralelismo con el culto del vendedor y el
patrioterismo, sino también con los valores del detective privado
norteamericano. Un rasgo esencial del investigador privado norteamericano es su
comercialismo. El lucro es prioritario. Mientras los agentes británicos han
traicionado a su país por sexo e ideología, los norteamericanos como Yardley o
Almer han delinquido por dinero. Alles Dulles, William Donovan, William Casey. El rasgo común
en todos ellos ha sido la exaltación del servicio de inteligencia, y su talento
para ello. La hipérbole se transmitió en los procesos de imposición de manos y
la continuidad del servicio. Todo ello sugiere que la promoción y el arte de la
venta son básicos para la supervivencia de EEUU. Para progresar es preciso
competir. Evitar la exageración equivale a fracaso y ruina para el defensor del
servicio de inteligencia. Los excesos del estafador siempre se han visto
compensados por el sentido común de los críticos más inteligentes, desde
Melville en el siglo XIX hasta el senador Daniel Moyniham en los albores del
tercer milenio. El general George Washington ha sido un maestro del espionaje
militar. Eficacia y sobriedad, fórmula contraria a la seguida posteriormente
por el servicio de inteligencia norteamericano. Cautela, diligencia y realismo
defensivo, nacido de una operación de David contra Goliat (separatistas
norteamericanos contra imperialistas británicos) constituyeron las cualidades
fundamentales de las misiones del servicio de inteligencia de George
Washington. La red de espionaje del agregado naval español Ramón de Carranza en
Canadá brindó al Servicio Secreto norteamericano la oportunidad de desarrollar
tareas de contraespionaje. Aunque ciertos historiadores han cuestionado la
seriedad de la amenaza española, la subsiguiente expansión del Servicio Secreto
fue un hecho, y a partir de 1898 EEUU contó con una burocracia de inteligencia
en constante aumento, basada en la desinformación y la cooperación clandestina
con británicos y canadienses. La transición del pinkertonismo (Allan Pinkerton)
a la del espionaje público ya estaba en marcha. En febrero de 1898, cuando el
hundimiento del "Maine" presagiaba la inminencia de la guerra entre
España y EEUU, John Wilkie, sustituto de William Hazen, relegado a un segundo
plano tras descubrirse una partida de dólares falsos para financiar la guerra,
introdujo reformas en el servicio secreto, tales como exigir meticulosidad y
probidad en los procedimientos de la información. El servicio (auxiliar) de
contraespionaje de John Wilkie (ex periodista de sucesos en el periódico
"Chicago Tribune" y hombre de negocios bancarios y navieros) estaba
compuesto por lingüistas, banqueros, empresarios. Las operaciones del servicio
de inteligencia norteamericano eran bastante vastas en 1898. Los consulados de
EEUU en lugares tan lejanos como Gibraltar, Filipinas o Hong Kong informaban
sobre los movimientos navales españoles y otros asuntos. La flota bien armada y
pertrechada del almirante español Pascual Cervera y Topete, constituida por
cinco cruceros y cuatro destructores, zarpó desde las islas de Cabo Verde rumbo
a EEUU, una amenaza evidente para los buques norteamericanos en las costas de
Florida. En la última década del siglo XIX, muchos norteamericanos recelaban de
los católicos provenientes del sur de Europa, y el servicio secreto malgastó
tiempo y mano de obra en inútiles persecuciones de inmigrantes españoles e
italianos de intachable conducta. El componente hiperbólico de Wilkie definió
también un modelo para el futuro. Después de todo vivió en la era del
sensacionalismo. La prensa amarilla floreció en la última década del siglo XIX,
cuando los magnates de la prensa Hearst y Pulitzer libraban un guerra por el
control del mercado. En las primeras décadas del siglo XX surgieron dos
emblemáticas agencias de espionaje. La Oficina de Información (OI) fue constituida en
1908 y rebautizada posteriormente con el nombre de FBI. La U-1 (la segunda agencia) murió
en 1927. Mientras estuvo en vigencia dependió del Departamento de Estado. En
aquella época, EEUU basculaba entre su antiimperialismo casero y el apoyo a los
imperialistas europeos, principalmente Reino Unido. Tras finalizar la I Guerra Mundial, la red
de espionaje norteamericanos se puso al servicio de los investigadores
encargados de dirimir las responsabilidades de la guerra, coordinados por
George Cruel, periodista y director del Comité de Información Pública del
presidente Wilson, una agencia de propaganda y contrainformación. Cruel
encomendó a Emanuel Voska, oriundo de Bohemia y defensor de la independencia de
Checoslovakia del Imperio Austro-Húngaro, la misión de descubrir las pruebas
sobre la conspiración germanoaustriaca en el asesinato del príncipe heredero
Francisco Fernando, hecho desencadenante de la I Guerra Mundial. Tras
examinar varios documentos ratificó dicha hipótesis. El magnicidio no lo
cometio la Triple
Alianza. Pero Allen Dulles (más tarde director de la CIA) impidió la continuación
del trabajo de Voska por las graves consecuencias ante la opinión pública en
EEUU. Pero hasta las camarillas más unidas pueden desintegrarse. Así ocurrió en
el entorno del presidente Woodrow Wilson bajo las presiones de la guerra; la
diplomacia y la reconstrucción de la posguerra. En 1935, la Oficina de Investigación
adquirió la etiqueta de FBI (Oficina Federal de Investigación). Se convirtió en
una agencia de información con responsabilidades fundamentalmente nacionales,
pero también de influencia significativa en el extranjero durante la II Guerra Mundial y en
el período de la "guerra fría". Como sucedió en 1898 con el servicio
secreto, el FBI favoreció la proliferación de informantes privados, y algunos
lo fueron por resquemor y prejuicios. En consecuencia el FBI perdió
credibilidad. Edgar Hoover (director del FBI hasta su muerte en 1972)
personificó algunos de los mitos más perniciosos de la inteligencia
norteamericana. Su estilo arribista basado en las relaciones públicas pueden
verse en el contexto de la tradición norteamericana. En otro sentido, la tradición
norteamericana del estafador perduró en los períodos de transición de la
burocracia gubernamental. Hoover inició una importante tradición en el FBI. Con
su oportunismo característico se benefició de la "ley seca", así como
del desarrollo del gangsterismo. Los agentes del BI llegaron a ser matones y
mafiosos legendarios. Cuando Franklin Roosevelt llegó a la Casa Blanca, en 1933,
y declaró la guerra contra el crimen organizado, Hoover se convirtió en su
hombre fuerte. El jefe del FBI demostró ser un maestro del oportunismo
fotográfico, pues se las ingeniaba para estar presente cuando arrestaban a un
capo de Cosa Nostra. El cine inmortálizó a Hoover en la película "Contra
el imperio del crimen". Con tantos matones y mafiosos muertos o encarcelados,
Hoover necesitaba otra amenaza a finales de los años treinta. El fascismo y las
actividades del espionaje alemán llegaron en el momento oportuno. Charles
Lindbergh, figura prestigiosa desde 1927, tras su vuelo pionero a través del
océano Atlántico, fue objeto de un informe del FBI acusándolo de frecuentar
burdeles e intentar contraer matrimonio con alguna prostituta. Durante la II Guerra Mundial,
Hoover logró defender el Hemisferio Occidental de posibles intrusos, incluida
la pujante agencia de espionaje dirigida por el general William Donovan,
denominada Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), predecesora de la CIA. Después de la
guerra Hoover perdió competencias en América Central y Sudamérica (competencias
traspasadas a la CIA).
En 1955, el FBI contaba con 6.269 agentes y 81 millones de dólares de
presupuesto (casi el 50 por ciento del Departamento de Justicia). En aquella
época la salvación de Hoover llegó de manos de los comunistas. La
desinformación es un mal tan endémico en el mundo de la inteligencia secreta
que nadie cree a nadie aunque diga la verdad. Herbert Osborn Yardley nació en
1889. En los primero tiempos de la administración del presidente Wilson fue
designado funcionario de la sección cartográfica del Departamento de Estado.
Pronto comenzó a mostrar los primeros síntomas del "síndrome
Yardley", como más tarde se llamaría a la obsesión de los criptógrafos por
destripar un problema matemático, día y noche, hasta resolverlo. En 1917
sugirió al jefe de la
División de Inteligencia Militar la creación de una nueva
sección criptográfica para equipararse con otros países en materia de
criptoanálisis. Nació el MI-8 (Military Intelligence), denominada
coloquialmente "cámara negra", bajo la batura de Yardley. Reclutó a
160 hombres y mujeres especialmente alumnos de la Universidad de
Chicago. El MI-8 desarrolló una técnica para leer cartas escritas con tinta
secreta; el descifrado de códigos y la transmisión de la información obtenida
por medios criptográficos. En 1922 recibió la Medalla al Servicio
Distinguido. La "cámara negra" concedió una notable ventaja a los
norteamericanos en las negociaciones de la isla de Yap con el embajador de
Japón. Después de las elecciones presidenciales de 1928, Herber Hoover designó
a Henry Stimson como secretario de Estado. Stimson decidió suprimir la
"cámara negra" en beneficio del nuevo Servicio de Inteligencia de
Señales. Los criptógrafos de Yardley fueron despedidos sin derecho a subsidio.
Ocurrió dos días después del fatídico derrumbe de la bolsa de Wall Street,
octubre de 1929. Pero en 1928, Yardley atravesaba ya una etapa de apuros
económicos por deudas de juego y por el coste de la bebida por culpa de la
"ley seca". Se sintió traicionado por los dirigentes políticos y se
reunió con Set Suzo Sewada, consejero de la Embajada de Japón. Recibió 7.000 dólares por la
"cámara negra". El posterior ataque a Pearl Harbor pudo fraguarse en
aquella traición del despechado Yardley, quien además escribió novelas de
suspense y produjo una película, todo basado en su experiencia como criptógrafo.
A finales de los años treinta trabajó para el gobierno de China. Regresó a EEUU
en 1940, y por extraño que parezca, el coronel Herbert Osborn Yardley reposa en
el cementerio de Arlington. El 7 de diciembre de 1941, a las siete de la
mañana, un escuadrón de bombarderos hizo aparición en el radar del Ejército
norteamericano situado en el nordeste de la isla de Oahu. Los militares
estadounidenses creyeron que se trataba de un vuelo "amistoso". Las
bombas japonesas dejaron 2.000 muertos y desencadenaron la intervención de EEUU
en la II Guerra
Mundial y la idea de crear la
CIA. William Donovan nació de familia irlandesa radicada en
Buffalo. Contrajo matrimonio con un buen "partido" y accedió a las
mieles de la clase dirigente de Wall Street. Terminó la I Guerra Mundial con
numerosas condecoraciones, sólo precedido por el legendario Douglas MacArthur.
Ministro de Justicia en funciones; candidato frustrado a gobernador de Nueva
York; máximo responsable de la COI
(Oficina de Coordinación de la
Información). Durante la II Guerra Mundial dirigió la OSS y en la posguerra fundó la CIA. En agosto de 1947, el
general Donovan habló con el secretario de Estado James Forrestal sobre la
necesidad de crear una agencia central de inteligencia ante la amenaza del
comunismo en Francia. Con la autorización del presidente Harry Truman y del
Consejo Nacional de Seguridad (NSC), la
CIA, a través de tapaderas como la Federación Americana
del Trabajo, compró toda la prensa gala, financió partidos políticos
anticomunistas, difundió "propaganda negra" y alentó a los fascistas
y gángsteres corsos a contrarrestar la huelga general instigada por los
comunistas por ser una amenaza contra la política exterior norteamerica y el
Plan Marshall de reconstrucción de Europa sin la participación de los
socialistas. Cuando la huelga se desmoronó los principales líderes ya había
sido liquidados. La principal agencia de información secreta norteamericana se
materializó como un inmenso despliegue propagandístico, sin parangón en otros
países. La OSS
preparó el camino durante la
II Guerra Mundial y legó su aura romántica a la CIA a través de las películas
promovidas por Donovan sobre las "importantes hazañas secretas"
durante la II Guerra
Mundial. El clima propagandístico de la posguerra favoreció el despliegue de
las habilidades de Allen Dulles (director de la CIA en el período 1953-1961) en materia de
relaciones públicas. El proselitismo de Dulles a favor del servicio de
inteligencia no se limitó a las clases dirigentes. Por ejemplo, en 1954, pronunció
un discurso ante el Fórum de Mujeres instándolas a protegerse de los
soviéticos. Tras caer en desgracia en 1961 (por la debacle en Bahía Cochinos),
estrenó oficio como escritor de novelas de suspense y cultivó la amistad de Ian
Fleming, el creador del personaje cinematográfico James Bond. Todo con el ánimo
de hacer propaganda de la CIA.
Al principio de la edad de oro de la CIA (1947-1950), las
operaciones encubiertas aún no eran famosas, si bien la agencia ya había
intervenido clandestinamente en Francia, Italia y Albania. Ninguna de esas
operaciones trascendió a la prensa. En febrero de 1958, el senador Josep
McCarthy emprendió su cruzada anticomunista, y contra el Departamento de
Estado, y contra la CIA,
y contra el Ejército, "cuyos integrantes nacieron con una cuchara de plata
en la boca", según McCarthy. El NSC-68 (memorándum número 68 del Consejo
Nacional de Seguridad), firmado por Paul Nitze, banquero de Wall Street y
contratado por el gobierno para definir una estrategia defensiva tras la detonación,
en 1949, de un prototipo de bomba nuclear soviética, trataba el tema del
imperialismo soviético en términos de ampulosa e hiperbólica truculencia. El
NSC-68 apostaba por aumentar el gasto militar y las operaciones encubiertas en
los países satélites de la URSS
para fomentar y apoyar el descontento popular y las consiguientes revueltas. No
se ejecutó porque la "Osa Mayor" rusa aún era demasiado peligrosa.
Pero el NSC-68 aportó retórica hiperbólica para alentar a la CIA a expandirse y operar en
otras direcciones. Este documento debe interpretarse como un ejemplo de la
élite dirigente de la época, para quien llegó a ser una declaración de
auntoridad evangélica. Las acciones emprendidas por William Colby (más tarde
director de la CIA)
y sus colegas iban a tener consecuencias lamentables. Incluso antes de
finalizar la "guerra fría", las fuerzas del nacionalismo, del odio
étnico y racial y del fanatismo religioso -todas ellas instigadas a través de
la hipérbole simplista del anticomunismo como problema único- causaron graves
contratiempos a EEUU en diversas partes del mundo. El derrocamiento de los
gobiernos de Irán (por nacionalizar la industria petrolera) y Guatemala (por
expropiar tierras de la
United Fruit Company) en la década de los años cincuenta
simbolizó la edad dorada de las operaciones encubiertas de "buen
vecino" (en una conferencia panamericana, celebrada en Montevideo, en
1933, EEUU había prometido no inmiscuirse en los asuntos de los países
latinoamericanos). La política exterior norteamericana en los años cincuenta
reposaba en la defensa de la democracia, y para salvar a Irán y Guatemala de la
amenaza comunista conspiró para derrocar a sus gobiernos legítimos y sumir a la
población en la dictadura durante varias décadas. Edward Bernays (padre de la
demagogia entusiasta de la guerra psicológica y relaciones públicas de la United Fruit Company)
contribuyó a engañar al pueblo norteamericano. En colaboración con Edward
Lansdale (es directivo de una boyante agencia de publicicad californiana) y
otros líderes del servicio de inteligencia, reunió a un serie de personas con
el fin de apoyar a Dulles a impulsar la guerra sucia de la CIA. La CIA utilizó a la
domesticada Federación Americana del Trabajo, y posteriormente a la AFL-CIO, para obstaculizar
el trabajo de los sindicatos izquierdistas en el extranjero y alentar el
descontento popular y la rebelión en los países considerados poco gratos para
los objetivos norteamericanos. La Asociación Nacional
de Estudiantes y el Comité de Correspondencia (organización de mujeres) también
fueron minados por la CIA. La
hipérbole a menudo vinculada a las operaciones clandestinas, ha sido un rasgo
característico de la CIA
en los años cincuenta. En algunas de sus manifestaciones degeneró en engaño y
mancilló la imagen de la democracia, y aunque la URSS fue tan implacable -o
incluso más-, no pagó un precio tan alto, porque no tenía una carga de
expectativas tan fuerte. Nadie esperaba de los soviéticos la defensa de la
democracia. El avión U-2 y los satélites de reconocimiento revelaban la
importancia creciente de la inteligencia técnica. Para facilitar ese trabajo y
complentar el desarrollo de las fuerzas armadas, la CIA estableción en 1954 una
Dirección de Ciencia y Tecnología "independiente". También cabe
atribuirle a la CIA
el mérito de haber impedido la
III Guerra Mundial. En los años cincuenta, las fuerzas
armadas norteamericanas exageraron la amenaza militar soviética. El Ejército, la Marina y la Aviación, promovidos por
la ambición de expandirse y competir entre sí, desarrollaron una peligrosa
hipérbole relativa a los carros de combate, misiles y barcos nucleares
construidos por el enemigo. La CIA
reunió todas las piezas -datos científicos, pistas criptográficas y análisis
económicos-. En aquella ocasión la
CIA se mostró como una institución comedida y sensata. No
hubo ataque preventivo ni multiplicación del gasto militar. Cabe decir lo mismo
del contradictorio Allen Dulles. Por una parte veneraba las operaciones
clandestinas; las oscuras artes del engaño y las campañas de relaciones
públicas, y por otra parte se mostraba reservado no sólo en cuanto a las
operaciones clandestinas, sino respecto a las actividades más despiadadas de la CIA, que si hubieran salido a
la luz pública habían sugerido que Dulles era un caballero de los bajos fondos.
La operación Bahía Cochinos (autorizada por John Fitzgerald Kennedy ) no sólo
constituyó un fracaso militar, sino un desastre en materia de relaciones
públicas. Si tuvo efecto catártico o no en las operaciones secretas es una
cuestión controvertida. Pero sí supuso un revés para la "cultura de la
hipérbole" tan presente en la década anterior. Sin embargo el arte de la
demagogia no murió de forma repentina. De hecho, en el siguiente período,
mientras los agentes actuaban en secreto, la Casa Blanca y el
Congreso sucumbieron a la tradición clandestina norteamericana, y la promo
vieron de diversas formas. No obstante hubo un interludio retórico
significativo entre la época de los dos grandes exponentes de la metodología
del espionaje, Allen Dulles (1956-1961) y William Casey (1981-1987) . La
defensa norteamericana de la democracia en Cuba (una coartada como farsa) no se
vió en Irán, Guatemala, Chile y otros países. La intervención en Bahía Cochinos
invitaba a los nacionalistas (o comunistas disfrazados de nacionalistas) a
rebelarse contra el imperialismo norteamericano. La acción de Kennedy,
inspirada en gran medida en la demagógica ehiperbólica propaganda de la CIA generó una mentalidad de
asedio y desconfianza respecto a EEUU, prolongada durante la "guerra
fría", cuyo argumento permitió la sobrevivencia de la dictadura castrista.
Lejos de asimilar la lección de Cuba, Kenndey siguió en la misma línea y
exacerbó los errores ya institucionalizados en la comunidad de inteligencia
norteamericana. Una de sus primeras acciones tras el fallido desembarco en la
bahía de Cochinos consistió en aumentar la burocracia del serivio de
inteligencia. Nació la Agencia
de Inteligencia Militar (DIA). Divisiones de Inteligencia en las Fuerzas
Armadas; la Agencia
Nacional de Seguridad (NSA); la Administración Nacional
del Espacio y la
Aeronáutica (NASA), hábilmente camuflada por la propaganda
del ex presidente Dwight Eisenhower; la
CIA y ahora la
DIA. Antes y después de la crisis de los misiles rusos, Fidel
Castro estaba en la lista de los escuadrones de la muerte de la CIA. Mientras el
ministro de Justicia Robert Kennedy desataba la guerra contra los gángsteres de
Cosa Nostra, el gobierno de Kennedy contrataba a esos mismos capos del hampa
con el fin de matar a Fidel Castro Ruz. Entonces diseñaron el plan de regalar a
Fidel Castro una pluma envenenada y la ingeniosa trama de mutilarlo con una
concha de almeja explosiva mientras buceaba en su tiempo libre. Parece que los
estafadores convirtieron las abyectas artimañas en una forma artística. El
programa del asesinato no se inició con el presidente de Kennedy ni con su
hermano, sino durante la presidencia del general Einsehower. Pero dentro de la CIA también hubo quien se
opuso a la eliminación del barbudo. Shernan Kent, analista de inteligencia (sin
las prisas de los agentes operativos ni los condicionamientos de los directores
de inteligencia), advirtió: "Un Fidel Castro muerto, convertido en mártir,
será más valioso para la causa del comunismo y por lo tanto más peligroso para
nosotros". La renuncia de John McCone como DCI (1961-1965) puso de
manifiesto la exlusiva responsabilidad del presidente Kennedy en la decisión de
asesinar a Castro y desestabilizar a Cuba. El asesinato de Kennedy invitó a la
especulación del magnicidio preventivo ordenado por Fidel Castro. Esta y otras
hipótesis de la conspiración nunca han podido demostrarse. El servicio secreto
norteamericano, en palabras del historiador Fred Kaiser, se convirtió en la
"organización beneficiaria" de su propio fracaso en la protección del
presidente USA, y se nutrió de una mayor dotación en recursos humanos y
económicos. La década de los años sesenta constituyó un período de decadencia
para el "estafador" del servicio de inteligencia. El agente pirata se
vio obligado a ocupar una posición secundaria en la guerra de Vietnam. El mismo
conflicto provocó el florecimiento de la inteligencia analítica. Aunque los
analistas trabajaban denodadamente y no se les reconoció el esfuerzo, en el
caso de la guerra de Vietnam adoptaron la rara actitud de desafiar la política
del Pentágono y la Casa
Blanca. La opinión pública norteamericana apoyaba
mayoritariamente la decisión de enviar tropas de combate a Vietnam. Sin embargo
la protesta contra la guerra empezó a ser un problema en 1968, y la revista
"Ramparts" promovió una parte de aquella protesta revelando el
paradero de los fondos reservados de la
CIA y otras prebendas. La Fundación Nacional
de Eseñanza; el Sindicato de la Prensa Americana; la Asociación de Ciencia
Política y la AFC-CIO
estaban financiadas por la
Agencia Central de Inteligencia, y los dirigentes
universitarios sumisos plegados a los designios de la guerra en Vietnam,
exentos del servicio militar obligatorio. "The New York Times" y
"Washington Post", hasta entonces muy obedientes, destaparon la
noticia. El escándalo mermó la confianza del pueblo norteamericano en el
presidente Lyndon B. Johnson. El pastor Martin Luther King puso fin a la
historia de amor de la población afroamericana con el Ejército. La operación "Phoenix"
se planificó para eliminar la "infraestructura" de los comunistas; su
organización secreta de espías y su red de comisarios políticos. Entre 20.000 y
60.000 comunistas o presuntos comunistas fueron asesinados en el período
1968-1972. El principal responsable de aquella masacre ascendió a director de la CIA en 1973. William Colby,
DCI (1973-1976), estuvo destinado como miembro de la OSS en los frentes de Francia
y Escandinavia. Concluida la
II Guerra Mundial terminó la carrera de derecho. Ejerció la abogacía
temporalmente, hasta la fundación de la
CIA. "Dirigió la agencia en tiempos difíciles",
dijo años más tarde Bill Clinton. En 1975, en Nueva Orleans, Colby inauguró la
reunión anual de la
Associated Press. Dijo: "Me tomo la libertad de
dirigirme a ustedes para destacar un punto no percibido actualmente. El
servicio de inteligencia ha cambiado su antigua imagen para convertirse en una
empresa con muchos rasgos del periodismo moderno. Nuestras publicaciones tienen
la mayor plantilla; la mejor tirada y la peor publicidad de cualquier empresa
periodística". De sus palabra se dedujo una conclusión. La CIA estaba perdiendo la
batalla de la opinión pública. El análisis del revuelo de la inteligencia en
1975 revelaba un proceso de reforma moderada, amparado por el reconocimiento de
un principio importante: las agencias de inteligencia norteamericanas iban a
empezar a rendir cuentas al Congreso. Una de las razones del conflcito entre el
senador Franch Church y William Colby, en 1975, ni antes ni después, tuvo como
eje principal el informe de la
Casa Blanca sobre una reunión entre Leonidas Brezhnev y Henry
Kissinger (en ese momento secretario de Estado y miembro del Consejo Nacional
de Seguridad) sobre el número de cabezas nucleares de los misiles balísticos
intercontinentales de soviéticos y norteamericanos. De aquella reunión se
desprendió una verdad. La URSS
no contaba aún con ningún sistema de misiles contra misiles, dato ocultado por
Kissinger al Congreso. Las operaciones engañosas del secretario de Estado; la
recesión económica norteamericana (provocada en gran parte por el embargo de
los países árabes productores de petróleo por el apoyo de EEUU a Israel durante
la guerra del Yom Kippur); la confirmación del derrocamiento de Salvador
Allende con la participación de la
CIA y la revuelta de los pacifistas norteamericanos
coadyuvaron a la crisis en el servicio de inteligencia. En el Capitolio también
se oyeron las primeras voces contra el uso arbitrario de los poderes secretos.
El senador Walter Mondale tildó de inmundicia la insistencia del presidente
Gerald Ford de que Allende -y no la
CIA- representaba una amenaza para la democracia chilena. El
congresista Michael Harrington acusó al Departamento de Estado de ser un pelele
de la CIA. La
situación cambió radicalmente cuando el periodista Seymor Hersh publicó un
reportaje en "The New York Times" sobre los abusos de la CIA en EEUU contra el
movimiento antibelicista. A partir de entonces se declaró la guerra contra la CIA. Gerald Ford
convocó a William Colby (muerto veinte años después en extrañas
circunstancias). El presidente Ford creó una comisión presidida por Nelson
Rockefeller para investigar las actividades de la CIA y proponer las reformas
necesarias. La opinión pública no sucumbió a esa maniobra de distracíón. El
Senado también constituyó otra comisión bajo la dirección de Frank Church y la Cámara de Representantes
hizo lo mismo. Desde la época de Allan Pinkerston (jefe del servicio de
inteligencia durante la presidencia de Abraham Lincoln, quien tuvo el mérito de
contratar a negros y mujeres como agentes secretos)la demagogia publicitaria
del espionaje ha sido una constante. En consecuencia las actividades secretas
han recibido una excesiva financiación. Mucho dinero, confort, y poca
competencia. En la "masacre de Halloween del 2 de noviembre de 1975,
Gerald Ford cesó a Henry Kissinger como miembro del CNS (siguió como secretario
de Estado) y propuso a George Bush como director de la CIA (1976-1977). Los
historiadores partidarios de esta perspectiva han sugerido que a pesar del
escándalo en el servicio de inteligencia no cambiaron mucho las cosas. El 1 de
julio de 1973, el presidente Richard Nixon creó una nueva sección dentro del
Departamento de Justicia, encargada del cumplimiento de la legislación antidrogas.
La DEA nació con
un presupuesto de 75 millones de dólares y 1.470 agentes. Los abusos de la CIA continuaban siendo un
asunto preocupantes cuando Jimmy Carter resultó elegido presidente de EEUU.
Destituyó a George Bush y nombró DCI a Santsfiel Turner (1977-1981), un hombre
más proclibe a la inteligencia tecnológica en vez de la clásica HUMIT. Sin
embargo los dramáticos acontecimientos en Irán (fracaso en el rescate de los
rehenes norteamericanos tras la caída del Sha Reza Pahlevi) y la negociación
del SALT II pusieron de relieve la necesidad de organizar una CIA competente y
bien considerada. El presidente Ronald Reagan revivió una vieja y paradójica
conspiración, recurrir a las maniobras clandestinas para la consecución de sus
propios fines. Pero al mismo tiempo difundió a bombo y platillo el papel de la
inteligencia secreta. Las habilidades de Reagan como vendedor fueron
legendarias desde su protagonismo en el cine como Brass Bancroft, el agente
secreto J-24. Cuando EEUU intervino en la II Guerra Mundial, Reagan contribuyó a la labor
de falsificador de Hollywood, orquestada por el bobierno para aumentar la moral
del pueblo norteamericano; engañar al enemigo y fomentar la confianza entre los
aliados de EEUU. Los recuerdos cinematográficos de "Gripper" -destripador
de pescado, uno de sus apodos- influyeron en su vocabulario político y
determinaron su actitud respecto al servicio secreto y los asuntos de defensa.
Su empeño en "liberar" a la
CIA de todas las ataduras se basó en un guión predefinido.
Designó a William Casey director de la
CIA (1981-1987). Casey inventó una tendencia hiperbólica para
apoyar la expansión de la inteligencia, no sólo durante su mandato, sino
también mucho después de su muerte, ocurrida en 1987. La hipérbole desempeñó un
papel destaado en la política de defensa del gobierno de Reagan, y el actor de la Casa Blanca contaba
con las aptitudes necesarias para manipular los mensajes. Por vez primera el
director de la CIA
gozaba de una cartera en el gabinete del presidente. La propaganda favorable a
la victoria en la "guerra fría" requirió exagerar la amenaza
soviética para obtener más dinero para la defensa. Las protestas de Norma
Mineta, de la comisión de inteligencia en la Cámara de Representantes (tras la intervención de
la CIA en
Nicaragua), fueron en vano. "Somos como champiñones; nos mantienen en la
oscuridad y nos echan un montón de estiércol". William Casey (descontento
con la élite universitaria de Harvard, Yale y Princenton, predominante en la CIA) decidió aumentar las
misiones de la agencia, y según un estudio muy cauto, el número de operaciones
clandestinas hasta quintuplicarlas en el período 1980-1986. La victoria
electoral de Violeta Parra de Chamorro, tras dejar la CIA de apoyar a la
contrarrevolución, puso de relieve que los nicaragüenses apoyaron a los
sandinistas sólo mientras la CIA
los apoyó. La guerra contra el narcotráfico emergió como otro síntoma de la
dramática tendencia hiperbólica y la diversificación de la inteligencia
desarrollada durante el goierno de Reagan. En 1997, Bill Clinton destacó el
asunto como uno de los principales desafios de la inteligencia, un fenómeno
propio de la "posguerra fría". Si se compara a la sociedad moderna de
EEUU con la del pueblo norteamericano de los años veinte, hay algunas similitudes;
por ejemplo, un entusiasmo por las drogas y a la vez por suprimirlas.
Oportunidades similares para el desarrollo del crimen organizado, con los
consiguientes beneficios para la policía y el espionaje. La prohibición ha
ganado la batalla, una buena estrategia para la expansión de la inteligencia.
Harry Anslinger (director de la Oficina Federal de Narcóticos durante treinta
años, hizo la vista gorda en el suministro de heroína por parte de la OSS a los chinos comunistas.
Asimismo la FNB
colaboró con la CIA
en el programa MK-ULTRA para desarrollar drogas psicotrópicas como instrumento
de la "guerra fría". Las restricciones del secreto de Estado han
impedido demostrar la participación de la CIA en los principales países productores de
heroína (Afganistán, Irán, Pakistán, Laos, Birmania, Tahilandia). En Panamá, el
general Manuel Noriega estaba financiado por la CIA mientras trabajaba para el KGB y los cárteles
colombianos de la cocaína. Además de la corrupción, el fracaso de las misiones
representaba también un problema para la guerra de la inteligencia contra el
narcotráfico. Durante la década de los años noventa, a pesar del dinero
invertido en la DEA
y otras agencias represoras del tráfico de drogas, el número de consumidores se
multiplicó. La campaña antidroga ha sido durante mucho tiempo emotiva,
moralista e hiperbólica. El término "bajos fondos" no puede ser más
engañoso, a la vista de los beneficios de los "altos escalafones". La
astuta cruzada de la DEA
y otras agencias ha dado importantes réditos políticos a sus promotores. Pero
la campaña ha sido ineficaz salvo como nueva proeza del estafador
norteamericano. En última instancia, el Santo Grial de la Victoria en la guerra
antidroga resultó ser una quimera, evocadora de la cruzada contra el comunismo.
Bill Clinton se enmarcaba en la vieja tradición de la promoción generosa de la CIA. Sin embargo al
comienzo de su mandato -como ya hicieron otros presidentes- se preocupó por la
política interior. El primer DCI designado por Clinton, James Woolsey
(1993-1995), tuvo dificultades para acceder a Clinton porque el presidente
estaba más preocupdo con su reputación histórica dedicándole más atención a la
política exterior. Convenció a John Deutch para sustituir (1995-1997) a James
Woolsey con la promesa de incorporarlo a su gabinete. Mary McGrory, redactora
del "Washington Post", escribió: "Clinton no se atreve a mover
un dedo sin el consentimiento de los espías porque es demasiado indeciso en
materia de seguridad nacional". Con el tiempo incrementó su apoyo a la CIA, cada vez más hostigado
por sus escándalos personales. En las postrimerías de la "guerra
fría" se originó un debate sobre el futuro del espionaje. La CIA, como adalid del servicio
de inteligencia, fue objeto de un meticuloso análisis. Los polemistas se dividieron
en tres grupos. Los adversarios de la
CIA; los defensores y los partidarios de una solución de
compromiso. Entre los críticos había espías, periodistas, militares, académicos
y políticos. Vincen Cannistraro, ex director de Operaciones Contraterroristas,
preguntó: "¿Es relevante la
CIA en el mundo contemporáneo?". Tanto Vincen
Cannistraro como la periodista Mary McGrory apoyaban la reforma propugnada por
el senador Daniel Moyniham, miembro del Partido Demócrata. No apoyó la
colaboración con la contrarrevolución nicaragüense ni la guerra contra Irak
(1990-1991). El senador Moyniham deseaba clausurar la CIA y entretanto levantar el
secreto sobre la agencia y hacer público el presupuesto. La campaña de Moyniham
constituyó un desafío para el poder del estafador, habitualmente oculto tras
aquel velo enigmático, tan necesario para el fomento de falsas alarmas y
amenazas imaginarias. Las críticas contra la CIA no se centraban en su inmoralidad ni en su
derecho de pervivencia, sino en la supuesta ineficacia. Debido a la naturaleza
secreta de la segunda profesión más antigua, suele producirse un desfase
temporal entre sus actos de supuesta incompetencia y la difusión pública de los
mismos. La guerra contra Irak, como algunos escándalos anteriores, estaba
abocada a suscitar una fuerte controversia. Durante la invasión, las tropas
norteamericanas exploxionaron depósitos de municiones (en realidad contenedores
de armas químicas). La CIA
no advirtió a tiempo del peligro. El ataque contra el servicio de inteligencia
durante la "posguerra fría" pasó factura. En 1992, el FBI destinó 300
agentes de contraespionaje a la investigación de crímenes violentos cometidos
en EEUU. La moral descayó aún más cuando James Woolsey (1993-1994) redujo el
número de funcionarios en un 24 por cietno. Trabajar para la CIA se convirtió en una opción
insegura y poco atractiva. Hasta el cargo de DCI perdió encanto; en efecto,
hubo cinco directores entre 1991 y 1997. En 1994, el FBI detuvo a un antiguo
directivo de la CIA,
Aldrich Hazen Ames, por revelar al KGB varios nombres de agentes
norteamericanos. El materialismo individualista de la escuela de Chicago
(defendido por Ronal Reagan como individualismo competitivo para buscar la
felicidad) subyugó a Aldrich Hazen Ames, y traicionó a EEUU sólo por dinero,
sin ideología ni compromiso como hizo la otrora red de Cambridge. El caso Ames
tuvo efectos desvastadores sobre la
CIA, ya inestable por los efectos del fin de la "guerra
fría", así como por el recorte presupuestario, y la no menos relevante
intervención del FBI en el arresto de Ames. James Woolsey dimitió. La debacle de la CIA hizo intervenir a Bill
Clinton en el debate de la inteligencia. Pese a su proclividad hacia la CIA le preocupaba la
ineficacia de la agencia, máxime tras la incapacidad de localizar al general
Mohamed Farah Aidid, jefe de una tribu somalí. La mediación pacificadora de las
tropas de EEUU en Somalia terminó en fracaso. Los partidarios de conservar el
estatus de la CIA
no se resignaron a la derrota. En un artículo destinado a la prensa, Richar
Haass, ex miembro del Consejo Nacional de Seguridad en tiempos del presidente
George Bush I, propuso reanudar los asesinatos y golpes de Estado como parte de
la política exterior de EEUU, así como la concesión de poderes a la CIA para utilizar las fuerzas
de pacificación como tapadera de sus agentes, táctica nunca autorizada hasta el
momento. A pesar de sus declaraciones tranquilizadoras acerca de la
transparencia del gobierno, John Deutch, DCI (1995-1997), nunca reveló
públicamente el presupuesto de los servicios de inteligencia. En octubre de
1997 correspondió a su sucesor, George Tenet (1997-2004), la tarea de confirmar
la cifra de 26.600 millones de dólares. Tenet dimió en el año 2004 por el tema
de las armas de destrucción masiva nunca halladas en Irak. El 4 de agosto de
1995, el presidente Clinton emitió un decreto prohibiendo la discriminación de
los homosexuales en la CIA,
y en el año 2000, el diputado Barney Frank (miembro del Partido Demócrata)
pronunció un discurso en la sede de la CIA. Dijo: "Ahora vuestro presupuesto es tan
secreto como mi sexualidad". También el multiculturalismo abrió la
posibilidad de cooperación con los servicios secretos del resto del mundo.
Desde la perspectiva norteamericana también se buscaba reducir el gravamen de
los contribuyentes. Una serie de revelaciones acerca del espionaje económico
entre los aliados (europeos y norteamericanos) alentó el fervor nacionalista, y
por ende antiglobalista en cada país. Una vez desaparecido el "ogro"
de Moscú, los aliados empezaron a competir entre sí. En 1991, los empresarios
norteamericanos fueron advertidos de la existencia de micrófonos ocultos en los
aviones de líneas comerciales francesas para beneficiar a los empresarios
galos. Por su parte, la CIA
empezó a transmitir información económica obtenida clandestinamente en Francia.
En 1995, "The New York Times" interpretó el espionaje USA contra la
industria automovilística japonesa como un señal de la CIA de recobrar vida. Dos años
más tarde la prensa norteamericana reveló el espionaje japonés en territorio
gringo. Ese mismo año el Parlamento Europeo inició la investigación del caso
Echelon, un extenso programa de la
NSA (Agencia Nacional de Seguridad) destinado a captar las
comunicaciones telefónicas y cibernéticas. El clima de desconfianza favoreció
la causa de los partidarios de impulsar el servicio de inteligencia
norteamericana. Aunque el Congreso vigilaba atentamente los posibles abusos del
servicio de inteligencia, en muchos aspectos actuaba como garante de los intereses
expansionistas. El desembarco de George Bush II en la Casa Blanca pareció
apuntar en dicho sentido, a la vista de la ratificación de George Tenet como
DCI. Pero desde el principio los altos funcionarios del gobierno de Bush
declararon abiertamente su intención de impulsar la inteligencia. Los atentados
terroristas del 11-S causaron profundo impacto en la conciencia norteamericana
sobre la seguridad nacional. Como manda la tradición en tales circunstancias,
los políticos convirtieron el servicio de inteligencia en el chivo expiatorio;
también la tradición norteamericana de fomentar el servicio de inteligencia. La
situación vino como anillo al dedo para el estafador de la inteligencia y sus
aliados políticos. Resonaron las protestas una vez más, resultaba tendadora la
recompensa del fracaso, recurrir a soluciones costosas, inmovilistas y
típicamente caseras. Tras el clamor del 11-S, la inteligencia norteamericana
aún no ha logrado superar su asignatura pendiente, como es integrarse en el
vasto mundo creado por ella, y alentado todavía, en aquella gran nación de
inmigrantes.
Conspiración, sabotaje, intriga y
asesinato eran moneda corriente en la vida política de la segunda mitad del
siglo XVI, caracterizada, además, por el uso interesado de la propaganda , una
manipulación que, en cierto modo, recuerda a la guerra fría del siglo XX. Esta
situación marcó las relaciones entre los distintos Estados europeos, creando en
el marco de la política internacional un clima de recelo y secretismo. El
engaño era práctica habitual y ningún Estado podía confiar en la lealtad de sus
amigos… Sobre todo si representaba a la primera potencia mundial del momento.
Felipe II era consciente de esta situación y de la importancia decisiva que
tenía el control de la información para mantener la supremacía imperial de
España. Por eso dedicó gran cantidad de recursos económicos y humanos a los
servicios secretos, conformando la red de espionaje más compleja, mejor
organizada y con mayor presencia efectiva de la época. Experto en el arte de la
criptografía, su carácter desconfiado y su tendencia natural al secreto lo
convertían en el perfecto dirigente de las labores de inteligencia:
reglamentaba el uso de los textos cifrados, coordinaba la información y su
posterior transmisión a través de los correos, decidía la contratación de
espías y controlaba la distribución de los «gastos secretos», alternando las
labores propias de su reinado con las de un verdadero jefe del servicio de espionaje. Los historiadores Carlos Carnicer y Javier
Marcos han sabido encajar, a lo largo de estas páginas de apasionante lectura,
las piezas clave que conforman el mapa político de una de las épocas más
opresivas, sombrías y sangrientas de la Historia.
CARTA
A JOHN NEGROPONTE
Querido John:
Has ocupado el cargo de primer director del Servicio
Nacional de Inteligencia durante aproximadamente un mes. ¿Desearías volver a
Bagdad? No me extraña. La ley que creó tu trabajo estaba llena de compromisos
proyectados para satisfacer a Don Rumsfeld y a los partidarios del Pentágono en
el Congreso. Como consecuencia, la ley es ambigua (por decirlo con generosidad)
acerca de tu autoridad sobre los servicios de espionaje del Departamento de
Defensa y el FBI.Siempre has sido un jugador de equipo, no un tipo que causara
problemas. Pero este es tu último trabajo en el Gobierno, John, así que, ¿por
qué no ponerse manos a la obra? De hecho, si no clarificas esas ambigüedades
para que sea manifiesto que el director del Servicio Nacional de Inteligencia
tiene autoridad real, habrás fracasado. En este momento, Estados Unidos no
puede permitirse que fracases. Así que aunque vaya en contra de tu estilo
personal, métete en algunas contiendas. Y gánalas. He aquí algunas ideas sobre cosas
por las que merece la pena luchar. Reorganiza totalmente la CIA. La CIA tiene la moral
baja y doble personalidad: medio espías, medio analistas. Saca a los analistas
de ahí y ponlos directamente bajo tus órdenes como Oficina Nacional de
Análisis. Bautiza luego a lo que quede como Servicio Clandestino Nacional.
Agradece a Porter Goss sus servicios transitorios y escoge a alguien que
realmente haya hecho algo de espionaje en los últimos 30 años para poner en
marcha el nuevo equipo clandestino. Olvida la idea de doblar el número de
espías; sólo era un argumento de relaciones públicas. Busca la calidad, no la
cantidad. Aplica la propuesta Silberman-Robb sobre el FBI. La comisión
presidencial sobre servicios de información y armas de destrucción masiva propuso
la creación del Servicio de Seguridad Nacional dentro del FBI, fusionando las
unidades de análisis antiterrorista, espionaje y contraespionaje que estarían
bajo tus órdenes, el director del Servicio Nacional de Inteligencia. Pero las
reformas de Bob Mueller en el FBI se han quedado a mitad de camino y todavía no
han creado una unidad de seguridad nacional de élite, experta, coherente y con
medios modernos. El último informe dice que los nuevos analistas pasan gran
parte de su tiempo haciendo de escoltas y vaciando basura. Hazte con los
juguetes de Rumsfeld. Expertos externos calculan que el presupuesto de los
servicios de información estadounidenses supera los 40.000 millones de dólares
al año. Dicen que aproximadamente el 75% de dicha cantidad se destina a los
servicios del Departamento de Defensa como la NSA (espionaje electrónico), la NRO (satélites) y la NGA (imágenes y mapas). Estos
feudos independientes son consecuencia de las luchas burocráticas de la guerra
fría. La duplicación y la competencia son innecesarias. Fusiónalas en una
Agencia de Inteligencia de Recopilación Técnica. Ahorrarás miles de millones, y
puedes organizar la agencia en torno a nuestras nuevas prioridades:
antiterrorismo, antiproliferación de armas químicas y biológicas, y apoyo a los
enfrentamientos bélicos. Si Rumsfeld amenaza con empuñar su espada, déjale. El
presidente tiene que decidir quién dirige estas agencias, y si no eres tú,
vete. Excelencia en el análisis. La nueva Oficina de Evaluación Nacional
debería ser auténticamente diferente de la antigua unidad analítica de la CIA. Deja de reclutar
chicos recién salidos de la universidad, dándoles una responsabilidad de la que
no saben absolutamente nada y trasladándolos luego a otros asuntos siete u ocho
veces en 20 años. Consigue auténticos expertos maduros en sus campos y hazles
firmar un contrato renovable por un tiempo fijo. Olvida el polígrafo como
mecanismo de selección. Mucha gente válida ni siquiera pensará en ingresar en la CIA debido a que conocen todas
esas historias sobre estar sujeto con una correa alrededor del cuerpo, con
electrodos fijados a las yemas de los dedos, para que luego te intimide alguien
que quiere saber demasiados detalles irrelevantes y privados. Deja que el
comité judicial haga las investigaciones. DEJA DE decir que prestarás atención
a la información "abierta" (es decir, no clasificada). Alienta el
debate y la discrepancia, y hazles sitio a las personas dispuestas a asumir
riesgos aunque a veces malinterpreten las cosas. Pero sigue de cerca a quienes lo
entienden y a quienes no lo entienden, e intenta comprender por qué no lo han
entendido. Incorpora las lecciones aprendidas a los análisis futuros. Si no te
gustan estas ideas, encuentra algunas que te gusten. Pero no quieras ser sólo
un director que sabe crearse un buen ambiente de trabajo, John. Acuérdate de
los fallos de los servicios de información en el 11-S y de las armas de
destrucción masiva iraquís. Las cosas no han mejorado tanto en la CIA, el FBI y las demás
entidades de tres letras. Y los malos siguen rondando por ahí.
Fuente:
Richard A. Clarke, ex asesor del Consejo de Seguridad Nacional, en El
Periódico de Catalunya.
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RAFAEL SÁNCHEZ ARMAS
AGENCIA BK DETECTIVES ASOCIADOS
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