CRÓNICAS DE RAFAEL SÁNCHEZ ARMAS
EVA LONGORIA LOS PREFIERE MÁS JÓVENES
La diferencia de edad no importa mientras estemos enamorados. La historia demuestra que cuando se desvanecen la atracción y el deseo, los años se hacen evidentes, comienzan los conflictos y las relaciones, a excepción de muy pocas, se acaban (...). Ambos, según sus edades, tienen intereses y necesidades distintas y cualquiera de los dos puede sentirse rechazado sexualmente. En conclusión, cuarenta y veinte, cincuenta y treinta no se notan. Pero sesenta y cuarenta, setenta y cincuenta pesan y, en muchos casos, derrumban.
María Cecilia Betancur.
CONFESIONES DE UNA MUJER INFIEL
TE AMO PERO ESTA NOCHE FOLLARÉ CON OTRO
CABALLEROS AQUÍ MANDAN LAS MUJERES
JUNTOS HASTA MÁS ALLÁ DE LA MUERTE
AMORCITO JUNTOS TÚ Y YO PARA SIEMPRE
BÉSAME COMO SI FUERA LA ÚLTIMA VEZ
Rosas Rojas
que un bello día
tú me regalaste.
Que en mis manos pusiste
en muestra de nuestro amor.
Rosas Rojas,
que me acompañaron en tu ausencia
que me embriagaron de su aroma,
y llenaron de luz mi alcoba.
Rosas Rojas,
que poco a poco se deshojan,
sus pétalos cual hojas muertas
caen esparcidas por el suelo,
ellas quieren sobrevivir,
quedarse para siempre aquí.
Rosas Rojas,
que me hicieron tan feliz,
pero que se despiden de mí,
poco a poco se marchitan,
esta muy cercano su fin.
Rosas Rojas,
quisiera el tiempo volver atrás
ese primer día poder inmortalizar,
cuando fueron bellas, frescas.
Cuando el tiempo por ellas no paso.
Cuando fueron perfectas como este amor,
que vivirá para siempre en mí.
Rosas Rojas,
en mi mente siempre bellas estarán,
en mi corazón no morirán,
bellas rosas rojas,
el tiempo nunca las tocó,
fueron y son
lo más cercano a la perfección.
Rosas Rojas,
díganle al dueño de mi corazón
que en mí sigue vivo su amor,
que volví el tiempo atrás,
lo malo lo olvidé,
sólo lo bueno dejé.
Que lo quiero, que lo espero,
que ustedes me acompañarán
el tiempo que sea necesario
que él tarde en regresar.
Aires
de Navidad
en las calles, parques, iglesias. Magia y fantasía en Medellín. El río alumbrado
como un bosque de hadas y el cerro de Nutibara coronado por un castillo
encantado. Música de salsa en la plaza y feligreses rezando en la capilla del
Pueblito Paisa. Una cerveza bien fría, un pincho de carne de cerdo, la luna
saliendo detrás de las montañas. ¡¡Qué linda estaba ella!! Las manos cogidas,
un beso en la boca, la noche del sueño. Medellín entre montañas y Medellín más
allá de las montañas. La Ceja, Rionegro, Guatapé. Un regalo del cielo, un
rincón para el embeleso. La presa de Guatapé recortada en mil requiebros y la
Piedra del Peñol apuntando a las estrellas. El agua de la presa helada y el
corazón de fuego mirándola a ella, sus pechos como manzanas, las piernas largas,
cintura de seda. El café nació en Antioquia. Horizontes de cafetales entre
Caldas, Quindío, Risaralda. Tres días viajando por la historia del café.
Haciendas, caballos, vergeles. Pueblos varados en el tiempo. Noches de
guitarra, silencio en el campo, gemidos entre sábanas. ¡¡Cómo me gusta ella!!
Quiero ver sus ojos dormida; quiero abrazarla dormido; quiero amanecer siempre
con ella. Amorcito, te comeré los cuatro puntos cardinales toda la vida.
Extraño no
verte cada mañana
no sentir tus
caricias
no besarte
como siempre.
Mis ojos
empañados de recuerdos
nostalgia
de bambucos,
risas
caminatas.
Escríbeme
una carta de amor
dime que
esta noche
no volverás
a estar ausente.
LUJURIA Y PERDICIÓN
Costa Rica pareciera avanzar rápida e
irremediablemente hacia una cultura de la permisividad. Sí, un país donde vale
todo, sexualidad espontánea e incontrolada, enfermedades venéreas, niños
venidos al mundo cuyas madres no tienen medios para mantenerlos ni madurez para
enfrentarse al fenómeno del alumbramiento; en fin, esto a veces toma matices de
Sodoma y Gomorra (aquellas ciudades bíblicas destruidas por Dios por el exceso
de lujuria y perdición). Nuestra sociedad está enferma. Miles de hogares se
deshacen todos los años; miles de hijos se quedan solos por culpa de padres
irresponsables. Sexo irresponsable e incontrolado, porque miles de jóvenes
despiertan a su vida parrandera sin orientación, sin consejo oportuno. La
solución no es ayudar y orientar a los muchachos, sino facilitar y prevenir los
embarazos y enfermedades. Aquí es donde se cae en el libertinaje y la
alcahuetería. Por eso los jóvenes, cuando se casan piensan que "si no me
va bien me divorcio y se acabó". Ya la gente no se casa para toda la vida;
el juramento de "hasta que la muerte los
separe" es una mentira. Ya a nadie le importa decir que es
divorciado y, peor, muchos hasta coleccionan divorcios como si se tratara de
estampillas. Mario
Ugalde Cordero.
EL ARTE DE HACER EL AMOR
En el seminario "El arte de hacer el amor" las parejas se
encierran durante tres días a practicar 50 ejercicios, entre danzas, yoga,
masajes y pintura. A una de ellas, de la que sólo se puede saber el nombre y
que lleva diez años de matrimonio, se le pide mirarse a los ojos mientras hace
una danza rítmica, sensual y silenciosa. La condición es no separar las
miradas. Algo que parece sencillo para otros, en su caso es un reto. Se han
visto tanto y tantas veces, y en todas las formas concebibles, que no se les ha
ocurrido que podrían volver a mirarse con el ardor de los enamorados. A su
lado, trece parejas más los siguen y ejecutan su ritual en silencio. El
ejercicio funciona, brotan las sonrisas. Sigue una serie de saltos al vacío
hacia atrás desde una silla para perder el miedo y una ronda de juegos
infantiles para recuperar el goce de jugar. Jugar y perder el miedo están
íntimamente relacionados con el erotismo. Vicky es una de las participantes.
Lleva 20 años de casada y tiene dos hijos. Asiste al seminario con la ilusión
de reencontrarse a sí misma y mejorar su vida de casada. Al final de los tres
días de taller, que van desde el viernes a las 2 PM hasta el domingo a las 8 PM
siente que valió la pena. "Ahora sé que el amor no se acaba, sino que lo
dejamos apagar. Pero si uno lo cultiva, se vuelve maravilloso", dice, y
asegura adorar a su esposo. A su lado, la pareja de Rosario le venda los ojos.
Ella camina guiada por él y toma una cena confiando en la sabiduría de su mano.
Espera hasta que le pase la comida y le señale el momento justo para abrir la
boca. Luego, Rosario asume el papel de necesitada, los papeles se invierten y
ella termina vendada. El propósito es confiar en el otro. Entregarse, explorar,
erotizar. "Esta terapia me ayudó a amarme más a mí misma y a los otros. Y
a perdonar a los que me habían herido. Ahora entiendo que nadie me había herido
en verdad, sino que era yo la que lo había permitido", asegura. Los
conferencistas del inusual taller, los esposos Alfonso Calderón y María Nidia
Gómez, con seis años a cargo de estos cursos y 25 de casados, no permiten la
desconcentración. En su seminario buscan que las parejas desunidas,
acostumbradas a soportarse o cansadas de verse (y que según sus cálculos son el
85 por ciento de los que viven juntos) descubran lo que han olvidado. Como el
placer de contemplarse. El taller ofrece técnicas para recuperar el vigor y la
sensualidad esquiva, pero ante todo la posibilidad de reencontrar el amor
cotidiano. Su mecánica (que interna durante tres días a las parejas en una
casa) se basa en la danza, en el sexo "Diana" de movimientos lentos,
sensaciones y caricias, y en ejercicios de yoga, respiración, masajes y
caminatas para recuperar el placer. María Nidia Gómez explica que lo que buscan
"es que las personas se den cuenta de que pueden ser novios toda la
vida". En la tarde, la prueba máxima es caminar sobre brasas encendidas sin
temor a quemarse. Lo que parece un momento de peligro se convierte en una
liberación del miedo. El domingo (último día), las parejas esbozan una sonrisa
permanente. Algunos, como Vicky y Rosario, recuerdan que su sensualidad está a
flor de piel. "Aprenden por fin a expresarse delante de la pareja",
señala Calderón. Nada nuevo, pero algo que se suele olvidar. Gómez, quien dicta
el taller de 500.000 pesos (unos 185 dólares) por los tres días, remata
diciendo que el objetivo es desarrollar "la inteligencia sexual". Pero
Rosario aporta algo más. "Volví a encontrarme con la niña de antes y vencí
mis tabúes, y aprendí que se puede hacer el amor también con la mirada". Enrique Patiño.
Paquito Santana nació bajo la
mirada de la estrella del sur. De mozalbete buscó el amor de María Cristina,
una niña de trenzas rubias y sonrisa adorable. Juntos descubrieron la pasión de
jugar con las cometas mientras el mar los contemplaba desde el horizonte. Por
ella aprendió a bailar el ritmo del chipi-chipi. Pero María Cristina, cual
precoz "mariposa de amor", albergaba mayores ambiciones. Un día,
convertida en mujer, emigró a España, donde conoció a Jaime Salvatierra, un
fracasado.
Durante años, Paquito Santana vagó
errante con su guitarra, sus recuerdos, su condena. "Quizá fui yo quien no
le dio una noche completa, tal vez no la escuché, tal vez la descuidé". Pero,
mujeres, oh, mujeres tan divinas (no queda más remedio que adorarlas), la
esperanza llamó de nuevo a su puerta. Una mañana de verano cruzó la frontera
hacia el norte. En Lima cayó rendido en los brazos de Margarita. Se juraron
amor eterno a los acordes de la bonita canción Kingstown town. Pero
a ella la rondaba otro individuo, joven, brioso, simpático. El hijo le hablaba
en inglés y la hija en la lengua de Balzac. Cierto día, Paquito Santana lo
sorprendió en el dormitorio. "¡¡Me cago en tus muertos!! ¿Qué haces en la
cama?". Políglota, avispado en idiomas, huyó despavorido.
Paquito Santana, corazón de poeta y
alma de buen samaritano, odiaba la violencia, los improperios, las
obscenidades. Jamás nadie lo escuchó maldecir a la Santísima Trinidad. Mas sin
embargo no soportaba las confianzas de Políglota. Le dio un ultimátum a
Margarita. Políglota dejaba de formar parte de la familia, con derecho de
pernada incluso, y recuperaba su condición de perro (sólo le faltaba hacer la
declaración conjunta de la renta para ser un miembro de pleno derecho de la
unidad familiar), o Paquito Santana se iba a cantar rancheras por el mundo.
Margarita puso el grito en el cielo. "Políglota no está sucio porque no es
un perro callejero". ¡¡Señor, señor!! No era un perro callejero porque
cagaba y meaba en el jardín, en la cocina, en el comedor, y lo bañaban una vez
a la semana. Paquito Santana, un inadaptado a la madre naturaleza, un maniático
compulsivo, sin duda mala persona, no dijo ni pío. Rumiaba en silencio la pérfida
decisión.
Una noche encontró a Políglota
jugando con restos de papeles higiénicos... usados... Enseguida llegó
Margarita; Políglota brincó sobre ella, amoroso. Han pasado muchos años y
Paquito Santana no sabe aún si aquella noche besó a Margarita, a Políglota o
los restos de papeles higiénicos. De todas formas, una semana después dio el
paso definitivo. "Políglota, guapetón, vamos a dar un paseo". El
perro arqueó la ceja, ladeó la cabeza, dudó. "Vamos, vamos" -insistió
Paquito Santana. Partieron juntos al amanecer, en silencio. Políglota volvió la
vista repetidamente. Siempre acertó en sus presentimientos. Aquella mañana
también. Media hora más tarde, una cloaca sin tapa (como sucede habitualmente
en Lima, San Salvador o Bogotá) engulló a Políglota en medio de los pesarosos
ladridos. Lo rescataron cuarenta y ocho horas después con las patas tiesas y la
barriga hinchada. Desde entonces, Paquito Santana ha recuperado la sonrisa, las
palabras amables, la dulzura en la mirada. Benito Lopera.
BESÉMONOS COÑO –
TOQUÉMONOS – SONRÍAMOS
"Cada vez es más frecuente salir a la calle y encontrarse con caras
amargas. Mentonazos de madre, gritos, amenazas y una larga lista de insultos
están a la orden del día y en cada rincón de la capital. Porque, tenemos que
ser justos, la violencia se siente más en San José. Cuando uno tiene la
oportunidad de viajar a las comunidades, la cosa cambia. La gente sonríe, se
saluda, preguntan cómo siguió Fulano y si ya se casó Sutanita. El "Buenos
días", "Muchas gracias" y "Con permiso", no se han
perdido y nunca falta la invitación a tomarse una tacita de café. Pero en este
nido de cemento y contaminación de todo tipo, las malas caras sobran. Ni qué
decir de los chóferes de bus, principalmente los de la línea de Zapote y San
José. Y lo digo porque en dos oportunidades he sido testigo del maltrato que
les han hecho a viejecitos que buscan con sus manos temblorosas el tiquete para
subir al bus. "Soque, soque, viejo este. No me haga perder el tiempo y si
no encuentra el tiquete, vaya pagando. ¡Muévase!", vociferó uno de esos
que se sienten valientes al volante. Y ni qué decir de aquellos taxistas que
amanecen de malas pulgas y cuando uno sube al vehículo, ni el buenos días
contestan. Debo salvar aquí a algunos (muy pocos, lamentablemente) que sí saben
de cortesía pero, como digo, son la excepción y no la regla. Y así seguimos por
las calles capitalinas. El vendedor de lotería que no le da la gana buscar el
número que le pedimos y nos exige comprar el que él quiere o si no "siga
su camino". El oficial de Tránsito que no da tiempo a la viejita de
acomodar su vehículo, sino que le pega el pitazo para dejarla más sorda y le
grita: "¡¡Jale, jale abuela"!!. Y el peatón que pasa por nuestro lado
y nos empuja alegando que tiene prisa y le estorbamos. En los centros de
trabajo, el asunto tampoco anda muy bien que digamos. El jefe llega con el
hígado punzado y al primero que se le atraviesa le va el mentonazo de madre y
le recuerda que "la puerta está abierta y puede largarse cuando
quiera". El empleado que se enfurece porque le piden un favor y replica
una y mil veces la desgracia de trabajar en ese lugar, pero no puede irse
porque "no hay brete en ningún lado". No sigo porque me deprimo más y
agarro mis cosas y me voy para la casa. Al menos sé que, en el silencio de mi
hogar, nadie me insulta, nadie me grita, nadie me ventila el honor de mi
madrecita ni me estrujan el corazón con las groserías hechas a otros,
principalmente a los indefensos niños y ancianos. ¿Dónde se perdieron los
saluditos, los abrazos, los apretones de mano, el besito en la mejilla, los
piropos (decentes) y los regalitos sorpresa? ¿Quién se robó los cafecitos de
media tarde o el elogio por el buen trabajo? ¿Dónde quedaron las sonrisas? Si
alguien tiene la respuesta, por favor, ayúdeme a encontrarla. Si no, al menos,
regáleme una sonrisa. ¡¡Por favor!!". (Mario Ugalde Cordero).
ACERCA DEL MATRIMONIO
Con las ciudades, como con las personas que amo, me gusta vivir en noviazgo permanente. Los primeros días de este otoño opulento los he pasado en Nueva York, una de mis rutinas favoritas. «¿Qué vas a hacer allí?», me preguntan los amigos. Y yo siempre respondo lo mismo: «Nada. Tomar un café. Dar un paseo».
Estar de paso es la mejor manera de estar en cualquier parte. Cuando era más joven escribía poemas melancólicos. Recuerdo uno de ellos, «Imitación de Li Po», que hablaba de dos caminantes que se encuentran por azar en una encrucijada y que saben que en otra –pronto o tarde– han de separarse para siempre. Los versos finales decían así: «Nos hemos hecho compañía un trecho / del camino. Afortunados somos. / Los dioses de seco corazón / no permiten al hombre / aspirar a nada más que a eso».
Sigo pensando que somos afortunados, pero ahora ya no hablo de dioses y soy yo el que no aspira a nada más que a eso. A perderme contigo unas cuantas noches en el bullicio fluorescente de Times Square, con su perpetuo aire de soñada y remota romería. A padecer una vez más la paciente cola que lleva hasta lo alto del Empire State y allí admirar las palomas que contemplan la ciudad puntiaguda desde la cornisa. A caminar bajo la lluvia por Central Park y escuchar un quejumbroso saxo en un recodo solitario. A comprar libros viejos en Montague Street y comer, como siempre, en Teresa’s. A cruzar en el transbordador hasta Staten Island, admirando la estela que se deshace y el desmochado perfil de la ciudad. A sentarse en el parque recién abierto entre olvidadas naves industriales, a un lado el puente de Brooklin, al otro el de Manhattan. A recorrer de nuevo el breve milagro de la Frick Colection y sorprender a la muchacha sonriente bajo el mapa de Holanda, junto a la ventana de emplomados vidrios, o al desconocido que pintó Tiziano y que la guía describe –cuello fuerte, rostro refinado– como «alguien de quien uno se enamora». Y luego, cómo no, unas manzanas más arriba, extraviarse en el laberinto del Met, dar vueltas y más vueltas por salas encantadas hasta encontrar el ascensor que lleva a la terraza y la aguja de Cleopatra clavada sobre el verde e inmenso tapiz. Cuando era joven escribía poemas quejumbrosos sobre los perecederos instantes de felicidad. Ahora sé que fugacidad y felicidad son sinónimos. Que esta ciudad no me defrauda nunca porque siempre estoy de paso en ella. Que somos tan felices juntos porque apenas estamos juntos. Ahora he aprendido que cinco minutos, media hora, dos o tres días pueden ser un inagotable cofre cargado de tesoros. Me alegro de que pronto todo el mundo –incluidos los hombres que aman a otros hombres, las mujeres que aman a otras mujeres– pueda casarse, pero yo soy de los que no se casan con nadie. ¿Vivir juntos toda la vida? El cielo está demasiado cerca del infierno. Prefiero esta fugaz eternidad fuera del tiempo. (José Luis García Martín).
MATRIMONIOS DE QUITA Y PON
Un restaurante de El Sauzal, que acaba de abrir, celebra todo tipo de eventos
(sic): bodas, bautizos, comuniones, aniversarios, reuniones, cumpleaños, fiestas y separaciones. Eso de ofrecerse para festejar los divorcios habla de la alegría con que se toma este país ya no sólo las uniones sino las desuniones. En una nación que ha dado el nombre de matrimonio a los arrejuntamientos de parejas del mismo sexo, lo de festejar las separaciones parece muy normal. No seré yo quien repruebe, como un pacato, tales denominaciones que, al fin y al cabo, son sólo cosa de la semántica. Da igual. Tenemos hasta una ministra -Aído, a la que se debe llamar Aída- que inventa palabras, usurpando el sacrosanto papel que tiene la Española de la Lengua de bautizar cómo hablamos. Ya nada me sorprende, ya nada me perturba; todo me deja igual.
En Las Vegas, uno contrae nupcias a las cinco de la tarde y a las seis y media se está divorciando ¡en el cajero automático! Como lo leen. Lo que le importa al celebrante y al Estado de Nevada son las tasas, tanto para casarse como para descasarse. Le casan a usted como quiera: el juez se viste de Elvis Presley o de House, da igual. Lo que le interesa al oficiante es el dólar. Las celebraciones nupciales ofrecen varias tarifas, dependiendo de los posibles de los contrayentes. Hay quien casa barato y hay quien casa caro. Eso está muy bien, porque no agobia al personal.
Por mucho que se empeñe el cardenal Rouco, España se nos ha convertido en laica. Buena culpa de ello la tiene la propia Iglesia, que convirtió en medio cachondeo su Tribunal de la Rota, anulando matrimonios que podían pagarse los gastos y dando la espalda a los pobres desgraciados que querían repetir y no podían. Aquellos polvos trajeron los lodos del pasotismo católico al uso. Yo, por si eso conlleva la salvación eterna, he puesto mi propia cruz en la declaración de la renta, destinando el porcentaje correspondiente al señor Rouco y a su tropa cardenalicia. Porque en casa me lo enseñaron así, no por otra cosa; porque yo creer, creer, creo bastante poco en estos momentos.
Andrés González de Chaves y Sotomayor
Qué bonito es el amor... mientras dura. ¿Cuánto dura el amor? Larry King se ha divorciado por octava vez. Tampoco es para tanto, oiga. ¿Cada cuánto tiempo debe una persona cambiar de pareja? ¿Cada dos años? ¿Tres a lo sumo? Hagamos números. Desde los 18 añitos hasta la bien ponderada senectud todo ser humano ha de renovar sus ilusiones en no menos de tres o cuatro veces por década. En el bonito pograma (pograma y no "programa" como dice el famoso Carlos Herrera Crusset la figura incipiente de la radio española) mexicano "Herrera en Tijuana" la sexóloga María del Mar Luján apostó por la renovación periódica del emparejamiento para mantener vivo el fuego de la pasión. Nada de terminar viendo a Jennifer Lopez como una hermanita por el uso de la costumbre. ¿Ocho matrimonios en la vida de Larry King? ¡Bah! No seamos timoratos.
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AGENCIA BK DETECTIVES ASOCIADOS