CRÓNICAS DE RAFAEL SÁNCHEZ ARMAS

REENCUENTRO GASTRONÓMICO CON LA FELICIDAD

El terrible episodio de diarrea sufrido hace un par de semanas no ha tenido nada que ver con el tratamiento del cáncer misógino sino posiblemente con una gastroenteritis mal diagnosticada a partir de algún virus propagado masivamente en España desde principios de año. Hace un mes pesaba entre 82 y 83 kilos, mi peso habitual, hace 48 horas di en la báscula 76. Mandé la dieta blanda a tomar fresco y entré en el Mercadona del Centro Comercial La Minilla, a medio camino entre el Hospital Negrín y mi casa, y me dirigí con paso decidido al expositor de comidas preparadas. Berenjena rellena, postre y un vaso de zumo de naranja recién hecho. Busqué asiento. Dos mesas ocupadas, una por una hembra medio cuarentona tirando a cincuenta con su hijo haciendo los deberes escolares (manda cojones en un centro comercial) y otra por un matrimonio con un niño. Tuve suerte y estos últimos se marcharon. Me senté frente a la medio cuarentona enfundada en un ajustado pantalón vaquero. Piernas abiertas como la calle de Triana, abiertas a la imaginación. Estaba más buena que la berenjena. Adoro a las mujeres con pantalones ajustados tipo vaquero, o de cuero, o de malla. Es como si las viera medio desnudas. Ni truco ni mañana el pantalón ajustado no engaña. Como tampoco sus rodillas y brazos descubiertos. Me seducen como un vestido largo abierto a media pierna. Me subo por las paredes. Seguí camino hacia mi casa y no experimenté ninguna "novedad". Al día siguiente por fin se consumó la normalidad del tránsito intestinal y volví a cagar (oh, perdón, deponer, obrar, defecar) como Dios manda. ¡Estaba curado! En un bar cercano a mi casa pedí un bocadillo de pechuga de pollo a la plancha, con jamón, queso, huevo frito, tomate, lechuga y alioli para desayunar acompañado de café con leche condensada (tres dedos de leche condensada y el resto de café). Después hice acopio en una casa de comidas en el barrio. Lentejas, habichuelas salteadas con jamón serrano y croquetas de manzana. Las lentejas cayeron esta mañana, a las seis, antes de trasladarme al Hospital Negrín. Una taza de leche con galletas enriquecidas con un 30 por ciento de fibra. Pero como no todo el monte es orégano he perdido el gusto (es como si no supiera qué coño estoy comiendo) y me cuesta tragar por culpa de la radioterapia. Aún no me ha hecho efecto el jarabe recetado por la doctora de radioterapia para amortiguar la molestia de las llaguitas aparecidas detrás de la lengua que están presentes hasta en el momento de tomar un vaso de agua. Mañana recuperaré por fin la segunda sesión de quimioterapia aplazada por culpa de las cagaleras. Tengo puesto los cinco sentidos en la segunda quincena de febrero. A ver si todo acaba bien y me vuelvo a encontrar con la medio cuarentona tirando a medio siglo del Centro Comercial La Minilla. Me gustó tanto su pantalón. ¡Que vivan las mujeres, coño!


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RAFAEL SÁNCHEZ ARMAS

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